En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 23 de enero de 2025

Los misterios de la taberna Kamogawa – Hisashi Kashiway

 

SI jugamos con la fonética y leemos en voz alta y seguido la portada, diríamos algo así como «Los misterios de la taberna Kamogawa es así casi guay». Con esta tontería, y aunque aborrezco el término, comienzo señalando que esta novela es guay. O más bien, casi guay, como «dice» el apellido del autor.

Es guay (¡perdón, perdón, perdón!) porque el planteamiento es originalísimo y sumamente atractivo: la taberna Kamogawa, un pequeño antro inidentificable incluso para quien está delante, está en manos de un antiguo policía viudo (o algo así) y de su hija de veintitantos años, risueña y atractiva. Los dos son gente con humor e inteligencia. La taberna, que de algún modo parece rehuir a los clientes, se anuncia de modo críptico en una revista especializada. Y es que hace falta ser bastante pito para darse cuenta de lo que ofrecen, además de pitanza: investigar el plato que una vez te hizo tilín, y reproducirlo.

Vamos, que si eres uno de esos tipos pitos te presentas allí y dices (tras una ceremonial inclinación de cabeza): «Buenos días. He venido porque quiero volver a comer el mismo arroz con ancas de rana, unas extrañas cositas verdes y unas bolitas moradas que no recuerdo qué eran que preparó la cuñada del tío que regentaba una gasolinera en la comarcal 1234 de no recuerdo qué provincia el día en que, teniendo yo seis años, se nos estropeó el coche y, hasta que llegó la grúa, ella fue tan amable que nos dio de comer. Nunca he olvidado su sabor y quiero volver a probarlo». No exagero. A partir de ahí la hija del dueño te hace unas cuantas preguntas y en función de tus respuestas el padre encuentra la solución en un plazo de pocas semanas y te prepara un arroz como si fuera la mismísima cuñada rediviva del tío de aquella gasolinera.

Esto es todo. Pero cinco o seis veces.

La gracia del libro es doble. Por una parte, los motivos que tiene el personal para recordar un determinado plato, lo cual nos hace pensar, inevitablemente, en que el sentido del gusto también tiene un papel en nuestros recuerdos y sentimientos. O en que el gusto (o su recuerdo) puede verse afectado por las emociones. Vamos, todo lo que puede llegar a evocar un plato (u otras cosas, normalmente cárnicas, en las que este libro no entra). Y es que los platos evocan cosas, claro que las evocan. ¡Por eso durante décadas han llevado tanta fama las comidas de las madres! Y, por otra parte, son también interesantes los recursos del investigador para salir airoso de los retos: deducir ingredientes, modos de preparación... e ir luego al grano (de arroz o de lo que sea).

El «casi» guay se debe a que la novela es más bien una secuencia de cinco o seis relatos con la estructura que acabo de describir. No hay más hilo conductor, así que es una especie de libro de relatos sui generis. Relatos por leve evolución apoyados en la curiosidad del lector por los motivos de los comensales, y que terminan antes de que el lector comprenda que no hay más de lo que parece.

Eso sí, escrito con meridiana claridad y con el estilo directo, claro y parco que casa tan bien con los tópicos del carácter japonés.

Un buen libro, original y corto.


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