Floja edición, con no pocas erratas, de una floja historia escrita por Apollinaire más o menos a los 30 años, presumiblemente por encargo. Pornografía a la carta que, si satisfizo al cliente, me atrevo a afirmar que el cliente se conformaba con poco.
Aunque, a decir verdad, esta obra no es enteramente pornográfica. Avanza con un pie en el porno y otro en el erotismo. Eso sí, con un andar bastante patoso.
Las hazañas de un joven don Juan trata de provocar, como toda pornografía, y, como nada resulta más provocador que lo transgresor, Apollinaire nos ofrece una relación de transgresiones bastante poco trabajadas (porque se reducen al quién, casi nada al qué y nada al porqué) protagonizadas por un adolescente con las hormonas tan desatadas como solo lo pueden estar a esa edad. En resumen, más que un joven don Juan, el libro habla de un joven semental.
Las provocaciones, pues en ellas se resume la historia, son las siguientes:
-El propio protagonista, que en lugar de ser un joven hecho y derecho es solo un adolescente. En las primeras páginas resulta aún algo aniñado, aunque enseguida evoluciona a sátiro consumado. La inocencia corrompida y corruptora.
-La ingenuidad universal ante el sexo: ninguno de los personajes que navega por estas pocas páginas lleva otra cosa en la cabeza y todos lo practican y disfrutan con la misma naturalidad con que uno acepta tomar una cervecita un día caluroso. Aquí hay quien folla hasta por accidente. A todo el que haya hecho mofa de que en las películas porno el argumento consistía en un «hola, buenas», un intercambio de miradas y, acto seguido, quince minutos de revolcón, habría que recordarle que el padre del término «surrealismo» ya utilizó tal «habilidad». Y no fue el primero, claro. Es cierto que, habida cuenta de lo que puede llegar a costar comerse una rosca, la «barra libre» puede resultar perturbadora. Pero bien contado, claro. En este libro, o a estas alturas de siglo XXI, el resultado se limita a un psé.
-La identidad de los amantes. El «quién». En las poquitas páginas de este libro vemos incestos, adulterios y, también, relación entre desiguales socialmente. Todo lo cual es un clásico del «morbo», porque todo son relaciones «prohibidas».
-El recurso a la escatología. Sin entrar en el detalle de «Las once mil vergas», el autor no deja de dar cuenta de un solo olor, y como ciertas partes en ciertas épocas no veían el agua con frecuencia... Dejémoslo en que se trata de un libro con «escatología aromática».
-Y, en cuanto a los «qué» transgresores, aquí podrán encontrar ustedes un rápido episodio de sodomía, un poco de liviano sadomasoquismo y un trío en el que una de partes se limita a deleitarse con la mirada. Teniendo en cuenta lo que en 2024 ha llegado a ver la mayoría de la gente, el poder transgresor de estas imágenes también ha menguado lo suyo.
Por último, en cuanto a los «porqués», ya lo he dicho: ni uno. Los personajes de esta breve historia se aparean porque sí, porque, como decían los humoristas ñoños de la Transición, «les da gustirrinín». Que no espere nadie una sola reflexión vinculada a las emociones, al amor, al cálculo, al egoísmo… A nada. Aquí se folla, y punto. Por eso el joven don Juan ni es un don Juan ni es nada. Él no seduce. Ni convence. Simplemente actúa como anzuelo de personas de antemano seducidas y convencidas, dispuestas a dejarse pescar por él o por quien sea.
¿Y el argumento? Pues que el joven don Juan se cepilla a cuanta fémina se pone a tiro, que todas lo saben, que todas se ponen alegremente a tiro. E incluso luego comentan la jugada entre ellas.
En resumen: puede usted elegir: o leer «Las hazañas de un joven don Juan», o juntar un par de conejos en celo y presenciarlas.
Una lectura facilita y rápida, que no exige el funcionamiento simultáneo de demasiadas neuronas. Tan cándida que hasta resulta divertida. Ideal para resetear y enfrentarte a tu biblioteca con las mismas ganas que si nunca antes hubieras leído un libro.
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