Andaban por este valle de lágrimas, desde el origen de los tiempos, un ángel y un demonio ejerciendo de tales, pero, también, aprovechando para vivir cómodamente, cuando va y resulta que el sábado por la tarde es el Apocalipsis. No les pilla de nuevas, sobre todo al demonio, que unos años antes había pegado el cambiazo en un hospital británico para facilitar la llegada del Anticristo, cosa que hubiera sucedido según lo previsto no de haber habido, ejem, algún imprevisto. No les pilla de nuevas, digo, pero cuando uno vive opíparamente la llegada del fin de los tiempos es un fastidio.
Protagonista del Apocalipsis es el Anticristo, el cual resulta ser un chaval no muy dispuesto a ejercer el cargo ni a cargarse el mundo, pero que, pobrecico, no puede dejar de sentir la llamada de la selva. Tampoco al ángel ni al demonio les motiva mucho el tema del Apocalipsis, aparte de por lo dicho porque luego tendrán que cambiar de destino previa rendición de cuentas por las chapucillas realizadas y los errores cometidos. Para colmo, tras miles de años de convivencia se llevan estupendamente, siquiera sea porque cada uno sabe quién es el otro y ambos tienen claro su papel.
Con estos mimbres, los prolegómenos del Apocalipsis son un tanto cutres y eso que, adaptados a los tiempos, los cuatro jinetes llegan en moto. Las historias de multitud de personajes se entrecruzan, y entre ellas la de una muchacha descendiente de una bruja, Agnes la Chalada, autora, en 1655, del único libro de profecías que, más o menos, se han ido cumpliendo, y del que solo queda un ejemplar: Las Buenas y Acertadas Profecías de Agnes la Chalada. O, llegado ese temido sábado por la tarde, manual de instrucciones del Apocalipsis.
No puedo identificar la huella de Nel Gaiman en el libro, porque no he catado su obra, pero sí puedo decir que la mano de Terry Pratchhet se nota de tal manera que cualquier lector de sus otras novelas no dudaría en adjudicarle la paternidad de esta por el modo en que narra y por la forma en que se usa el humor, con grandes dosis de relativización que permiten arrasar la solemnidad, y la mayor parte de las cosas solemnes quedan reducidas, sin solemnidad, a la instrascendencia. Una novela a dos manos donde la colaboración se debió de dar más en el diseño del argumento y en las soluciones que en la redacción. Una novela a dos manos, también, que se gestó mucho antes de que la fama alcanzase a sus autores, lo cual, sin duda, realza su valor porque nadie podrá decir que se trató de aprovechar las circunstancias para crear un producto con más lectores potenciales.
En resumen, Terry Pratchett en estado puro, hasta el punto de que en Buenos presagios aparece uno de sus personajes más brillantes y celebrados: la Muerte.
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