Novela
breve, buena y con un modo de narrar un tanto onírico, emparentado con el
realismo mágico. Pero que las situaciones sean aparentemente blancas o negras no
quiere decir que todo discurra según una lógica distinta a la de los sueños,
los miedos o las suposiciones; la lógica de los saltos del blanco al negro y
viceversa no hay que buscarla en la vida, sino en las dudas e ignorancias que
subyacen en el inconsciente.
La esposa
de un afamado psiquiatra se ha dado a la fuga y ha aparecido muerta en un país
árabe. El caballero, tras un funeral simbólicamente extravagante, encarga a una
periodista la aclaración del suceso. La periodista no tiene motivos para aceptar el
encargo, pero lo hace, y allá va ella, al innominado país donde le suceden un
montón de cosas inexplicables, todo bajo el gran hermano, o grandes hermanos,
de servicios secretos y demás fauna enfrentada al mundo y entre ellos por el
poder y la seguridad necesaria para protegerse de sus propios abusos. El resultado no es tanto lo que se descubre como el modo en que el
destino de la periodista comienza a confundirse con las vivencias de la muerta,
cómo las personalidades se mezclan y diluyen, y cómo, también, el destino de
cada cual está condicionado por la organización política, aunque apenas nos
demos cuenta. Las correrías de la protagonista parecen, además, guiadas en la
distancia por los vaticinios de una suerte de filósofo al que consultó, y que
extrae sus conclusiones no de la observación, sino de la observación de la
observación. O, dicho de otro modo, se nos plantea la cuestión de cómo y por
qué observamos y de qué vemos en función de lo que queremos observar. Las
reflexiones sobre la observación son brillantes; resulta imposible leerlas sin
reconocer la infinidad de veces que nos engañamos a nosotros mismos. De hecho, nadie es objetivo en la valoración de su vida, de sus actos o de sus circunstancias.
El
encargo es una obra lo bastante imprecisa para que estimular la imaginación del
lector de un modo poderoso. Al principio desorienta un poco por cómo está
escrita, pero, en cuanto el lector se hace al modo de narrar, la acaba
devorando. Y, tras leerla, tiene la agradable y extraña impresión de haberla soñado.
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