Dicen que
algunas personas están unidas por un hilo invisible que los condena a
encontrarse, a formar cada uno parte de la vida del otro a pesar del tiempo. Es
la idea que da título a la novela y que guía su acción, y me permito añadir que
hay quien deja en herencia alguno de esos hilos como una suerte de red que
atrapa, antes que a nadie, a sus descendientes.
Estamos
tan acostumbrados a que todos los títulos que salen al mercado sean
clasificados que resulta complejo resistir la tentación de hacerlo con cada
lectura. No es sencillo hacerlo con El hilo rojo. O sí, pero hay que
explicarlo.
La
historia comienza en 1900 y termina en 1946, tiempo suficiente para que los
adultos envejezcan, los niños se hagan adultos y otros nazcan y alcancen la
juventud. Tiempo suficiente, también, para sufrir dos guerras mundiales y una
civil, y para que la sociedad cambie más de lo que son capaces de cambiar las
personas, pues todos, cuando no por comodidad por incapacidad, tendemos a
anclarnos en algún momento de nuestra evolución. La acción transcurre
en Barcelona, principalmente, y en París, con algunos pasajes en otros lugares,
y narra la historia de una familia de la burguesía catalana en la que
encontramos empresarios, como el matrimonio de Anna y Joaquim, y personajes
como Daniel, que, aunque tiene negocios, a menudo vive como un rentista.
Dicho lo
cual podría parecer que El hilo rojo es una novela más o menos costumbrista o
de sagas familiares, pero no. Su argumento no desarrolla el conjunto de
vicisitudes que distinguen unas vidas de otras, sino, principalmente, las
pulsiones emocionales y sexuales de los personajes. En El hilo rojo quien más y
quien menos tiene como referencia en la vida o el sexo o el amor, pero en este
último caso con una concepción muy sensual. Ocurre, además, que los apetitos de
esta endogámica historia no suelen encontrarse entre los bendecidos por la
sociedad, lo cual crea una maraña de historias ocultas: casi todos tienen sus
apetencias, de ellas provienen sus pecados y, de estos, sus secretos. En
consecuencia, lo que hace avanzar el argumento no son los acontecimientos comunes, ni siquiera el sexo, sino lo que se rompe con cada secreto creado y
con cada secreto desvelado.
Esto
provoca que la novela sea una adictiva sucesión de intrigas que discurre entre
relaciones afectivas y sexuales que son a la vez causa y cauce de cuanto viene
después, amenazando constantemente con desbordarse y llevarse por delante la
vida, al menos en lo emocional, de alguno que otro de los personajes. Hace más
interesante el viaje el hecho de que toda iniciativa afectiva o sexual implica
un previo condimento tan atractivo como el vértigo de la tentación.
Pero que la
mayoría de personajes se muevan por intereses similares e incurran en prácticas
que más de uno considerará perversas, no significa que compartan perfil. Hay
malos malísimos que no lo son tanto porque solo buscan el provecho propio, aunque
sin reparar en daños, como es el caso del egoísta Daniel; hay personas, como
Anna, comprometidas con un secreto inconfesable, pero nobles en su fidelidad a
él; hay víctimas que durante mucho tiempo desconocen serlo y que sufren por los
mismos vicios que por otro lado abrazan; hay personas pragmáticas, otras
idealistas, alguna víctima de sí misma, amantes del amor platónico mezclados
con amantes del sexo, además de un elenco de personajes secundarios bien
definidos que dan forma al mundo en el que se desenvuelven los Dalmau y los
Richards.
Entre la
concepción sensual del amor que he citado en unos y el amor al placer en otros,
el sexo tiene un papel nuclear en El hilo rojo. Su presencia es constante.
Cuando no lo está de forma latente lo encontramos de modo explícito. Estas
últimas escenas suelen ser breves, pero contundentes, y a ellas hay que unir el
apunte de un catálogo de vicios y perversiones, -desarrolladas por la
imaginación del lector, hábilmente estimulada por cuanto precede- en las que conviven filias y fobias sexuales
con escenas en las que el sexo se nos presenta exclusivamente como una
provocación. El placer de lo prohibido tiene un amplio recorrido en El hilo
rojo, no siempre limitado al sexo en sí, y su viaje hace escala en casi todas
las estaciones clásicas del escándalo.
La
novela, larga, se lee bien gracias a sus capítulos cortos y bien estructurados,
en los que se va al grano. El lenguaje es sencillo, con algunos localismos que
recuerdan dónde transcurre todo, aunque alguna vez me han sonado raros. Dada la
abundancia de personajes, la autora recurre con habilidad a las manías de cada
uno de las que se burlan otros para refrescarnos la memoria. En cambio, hay breves
aclaraciones –normalmente limitadas a una frase entre paréntesis- de las que
podría prescindirse por la cercanía o evidencia de lo que aclaran. En cualquier
caso, una lectura que se agradece encontrar y que navega con decisión, volviendo al
principio, en medio de unos cuantos géneros: la intriga familiar, las sagas, el
erotismo…
Hale, a
leerla.
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