Teniente Bravo es el último de los tres relatos que componen
este pequeño gran libro.
En el primero, Historia de detectives, unos chavales juegan
en un descampado en la Barcelona de postguerra, usando un viejo Lincoln abandonado
como cuartel general. Uno de ellos, el mayor, ejerce de jefe y envía a los
otros a hacer seguimientos. Al regreso, el «jefe» interpreta las informaciones.
Un día uno sigue a una mujer joven y otro informa de que siguió a un hombre
que a su vez siguió al chaval que seguía a la mujer. La visión de los hechos
desde la perspectiva del jefe ofrece una enternecedora forma de trasladar al
lector una trágica historia de amor, miedo y supervivencia por la vía de hacer de todas
esas emociones, tan cruciales para quienes las viven, algo tan pequeño que puede
ser observado desde fuera como con un microscopio. Una hermosa forma de
recordarnos lo débiles y poca cosa que somos.
El segundo, El fantasma del cine Roxy, es el relato más
largo y complejo. Un escritor devenido en guionista crea ante los ojos del
lector una película, en provocador debate con el director; entre ellos odio cordial,
desprecio mutuo, pero ahí están trabajando juntos. Es la historia de esa
creación, pero también conocemos la historia contenida la película, en la cual se trasluce parte del relato previo, así como también, como un fleco suelto que no acaba
de encajar, la referencia a la oficina bancaria situada donde
estaba el derribado cine Roxy, en la que una empleada se ve asediada por
fantasmas que no encuentran acomodo en lo que director y escritor están
tramando. Diálogos breves, escenas de la película en la que Marsé nos dice hasta en qué ángulo debemos mirar, perdedores por todas partes,
una vida entregada a la nada, observaciones... Varias historias en una sola que
crecen de forma armónica y trasladan al lector cómo se puede crear algo hermoso
combinando imaginación y sensibilidad.
Juan Marsé. Barcelona, 1933 |
Y el tercer relato, Teniente Bravo, es también magistral,
pero si el anterior lo es por lo elaborado y complejo –que no quiere decir
difícil de leer-, este lo es por la contundencia de su simplicidad. Impresiona
cómo de un hecho tan tonto Marsé es capaz de hacer un relato tan real y
significativo. Es lo que diferencia a los grandes escritores. La acción
transcurre en un campamento militar de Ceuta, poco después del amanecer. Ante
la tropa de reclutas en formación bajo el mando de un sargento chusquero,
aparece el teniente Bravo, un tipo que se las da de deportista más o menos selecto que ha comprado y hecho
traer un viejo potro desvencijado para que los soldados se ejerciten. Y allá se presenta él, aún con sus botas de montar tras haberse ido
de madrugada a montar a caballo. Un tipo amable, en apariencia,
preocupado por formar a la tropa a su cargo. Avisa a los
soldados de que no es sencillo saltar, de que lo van a pasar mal, y
como casi ninguno de ellos ha visto jamás un artefacto similar decide demostrar
cómo deben saltarlo realizando él el primer salto. Con su primer brinco,
llega su primer tortazo. Cómo sigue, lo sabrá quien lea esta breve y fantástica
historia de cómo el amor propio puede acabar volviéndose contra sí mismo y arrastrando al pozo hasta a la propia dignidad.
SE TRATA DE UN RELATO MAGISTRAL, GENIAL, IRÓNICO, INTELIGENTE... TODOS LOS INGREDIENTES PARA PASAR A LA HISTORIA DE LA BUENA LITERATURA. VIVA EL TENIENTE BRAVO. POR SUS HUEVOS.
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