Acusado de blasfemo y
pornográfico, La Roma de los Borgia narra de forma desapasionada, con fingido aire
científico y frecuentes intercalaciones para explicar usos y costumbres, una
serie de detallados episodios protagonizados por el Papa Alejandro VI y, sobre
todo, por sus hijos César y Lucrecia. El nexo entre ellos no es la historia –apenas
un leve hilo conductor- sino la sordidez.
El desapasionamiento es un buen
recurso para provocar cuando se narran crímenes y torturas horrorosas, y
todavía más cuando se aplica a hechos inaceptables en todas las culturas protagonizados,
además, por las figuras eclesiásticas encargadas de velar por los valores
opuestos. Figuras, también, que por su vida y circunstancias son en sí mismas
una contradicción con lo que representan.
¿Y qué tendrá Lucrecia Borgia
que, habiendo leído yo tan poca novela histórica, me la encuentro a cada
momento? ¿Qué tendrán los Borgia? Lo que tienen, y es lo que explota
Apollinaire, es que reúnen todas las condiciones y contradicciones para el
escándalo, que en ellos convergen hechos y condiciones siempre polémicos y, si
se dan juntos, incompatibles sin prescindir de todo atisbo de moral; y todo con el encanto, para el resto de los mortales, de producirse en la cúspide del poder y la
religión. La encarnación de los principios unida a la máxima degeneración y
bajeza. Agítese a ver cuándo y cómo explota. Pasen y vean.
Wilhelm Apollinaris de Kostrowitzky, Guillaume Apollinaire; Roma, 1880 - París, 1918 |
Basta la presencia de un Papa
para que la religión se haga presente en la novela, aunque nunca se la cite. Y
si quien en teoría encarna a Dios traiciona los más elementales valores cristianos,
lo espectacular de la contradicción indigna a los incapaces de distinguir lo
representado del representante, de ahí la catalogación de blasfema; en cierta medida justificada, claro, porque el autor no es un inocente testigo de nada, sino que se aprovecha de esa confusión para criticar y provocar. La falta de
alusión expresa a la religión puede ser una forma de afirmar, con silencios, esa
confusión entre lo representado y sus representantes, como si no fuera preciso
hablar de dos cosas porque solo hay una. Un Papa asesino, con amantes, con
hijos e incestuoso es una de esas ovejas negras y descarriadas que muchos
católicos desean olvidar y que también los demás olviden, y que muchos antirreligiosos pretenden
recordar y que todos recuerden; en ambos casos, por razones obvias.
Así, en La Roma de los Borgia vemos
a un Alejandro VI que ha hecho de la acumulación de poder y riqueza la razón
de su vida, junto a los placeres venéreos. Un Papa que no pestañea al ordenar
asesinatos para acrecentar su patrimonio o evitar que alguien pueda contar
alguna inconveniencia sobre él, por leve que sea; un criminal tan atroz que la
gente huye de su lado al galope cuando se dispone a hacer alguna confesión, no
sea que luego saberla le cueste la vida; un Papa capaz de dar por bueno el
incesto con su propia hija propiciado por otro de sus hijos. También un criminal patrocinador de orgías. Vemos también con mucho protagonismo al
celebérrimo César Borgia, un psicópata borracho de poder y egocentrismo, que se
sirve de los demás sin escrúpulos y con toda la crueldad, hasta el punto de que
no se sabe qué es peor, si acceder a sus deseos o rechazarlos; un criminal
torturador que no duda en recurrir al fraticidio, a practicar el incesto con su
hermana o a propiciar el de esta y el padre. Y vemos también, aunque con menos presencia, a Lucrecia, una mujer
que por un lado se deja llevar y por otro tiene un carácter fuerte, una mujer
contradictoria, en apariencia la única con aspiraciones de normalidad, pero que
se desenvuelve en ese ambiente sórdido sin perder la compostura.
En conjunto, como ya he dicho al
principio, un conglomerado de situaciones atípicas por lo brutales y lo aséptico
de la narración, que debe conducir a algún tipo de reflexión acerca de la
calaña del ser humano cuando nadie le pone freno.
Una última reflexión, no niego
que inspirada en el origen valenciano de los Borgia y en el cenagal de
corrupción que ha podrido esa comunidad en las últimas décadas: cuánto tienen
los Borgia de nuevos ricos corruptos. En el hacer y en el caer sin que a nadie le importe ni haga nada por evitarlo, como cuando muere una mosca. Y sobre todo en
el ser. La tecnología cambia. El ser humano, no. Entonces, como ahora, no hay grandeza
en ningún miserable; y nada, ni puestos ni honores, elevan ni hacen mejor a quienes
eligen la delincuencia y el crimen movidos por algo tan vil y ruín como la
avaricia.
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