Eva inició a Adán en el pecado, y con él al ser humano. Probablemente por eso dé nombre a la pensión que a su vez da título y marco a esta bella historia de Andrea Camilleri. La pensión Eva, en realidad un prostíbulo, inicia en el pecado (al menos de pensamiento) a los principales protagonistas de la novela: Nené y sus amigos Ciccio y Jacolino. La acción transcurre en Vigàta (Porto Empedocle) desde comienzos de los años treinta hasta el verano de 1943, cuando el ejército aliado tomó Sicilia.
La novela termina no por casualidad el día en que el protagonista, Nené, cumple la mayoría de edad. Así que nació en 1925, como Camilleri, que nació el 6 de septiembre de ese año. Don Andrea era llamado «Nené» por los suyos y la historia se basa en sus recuerdos de infancia. Esto no permite colegir, como el propio Camilleri advierte, que «La pensión Eva» sea autobiográfica, pero sí que corresponde al modo en que él vio el mundo durante su infancia y adolescencia.
Es la segunda vez que leo esta novela. La primera fue anterior a la existencia de este blog y por eso la reseño ahora. Probablemente me ha apetecido volver a leerla porque «La pensión Eva» es una de las más camillerescas novelas de Camilleri. Todos los personajes son pobres diablos, gente del pueblo, intercambiables para la Historia, que les pasa por encima, pero, lógicamente, angustiosamente únicos para sí mismos; personas arrastradas por las circunstancias, que tienen poco y aspiran a no mucho más, pero capaces de encontrar sentido a la vida a través de la pasión (el deseo o el amor) y de encontrar paz y refugio en el cariño.
Las pensiones juegan un papel similar al de hoteles y fondas, pero la pensión Eva llama la atención del niño Nené porque siempre tiene las persianas bajadas y, en los horarios en los que él pasa, nunca ve entrar y salir a nadie. Esto le hace indagar y descubrir, entre los vagos eufemismos de los adultos y la inconsistente información de otros renacuajos, que en ella los hombres no se alojan, sino que pueden «alquilar mujeres» para hacer cosas que no tiene muy claras. Así descubre el sexo.
Como a esas edades el instinto crea el deseo y no hay deseo más fuerte que el insatisfecho, la pensión Eva se convierte en un mito para el niño y luego adolescente Nené. Cuando tenga dieciocho años y sea mayor de edad podrá entrar tranquilamente en ella y disfrutar con cualquiera de las seis chicas que cambian cada quincena. Seis chicas no menos infelices e ingenuas que él, pero para quienes, a diferencia de Nené, no es sencillo mirar el futuro con optimismo, y por eso sobrevaloran cuanto el presente les depara de bueno. Si ellos creen que para alcanzar un razonable porvenir les bastará aprovechar las oportunidades que les surgirán con solo dejarse llevar, ellas saben que no podrán alcanzar nada prometedor sin asumir riesgos tan grandes que resultan desincentivadores.
Sin embargo, algo va a abrir a los amigos las puertas del burdel antes de lo que esperan. El padre de uno de ellos es el contable del local y esto les permite acudir allí los lunes por la tarde, cuando la pensión Eva está cerrada al público. Podéis pensar tan mal como los jóvenes amigos en su primera visita, aunque hasta que leáis la obra no sabréis lo que sucede. Sí os anticipo que estas visitas acaban siendo, a pesar de las ansias de los adolescentes, de una gran ternura. Las muchachas son, para los chicos, lo más parecido a diosas. No las usan. Las veneran. Las desean con una reverencia y un respeto que se confunde con el cariño. Y ellas, aún con su propia adolescencia tan reciente, encuentran en los chavales los amigos con quienes bromear y ser las muchachas que la vida les ha impedido ser.
Pese al aparente protagonismo de Nené la novela es coral, fórmula que tan bien se le da a Camilleri. Las historias de los amigos, las de las chicas, las de la madame, los recuerdos sobre algunos clientes y las andanzas de otros establecen paréntesis en la línea cronológica y la enriquecen a la vez, con el sexo y todo lo que ocurre a su alrededor siempre presente. Así surge una extraordinaria legión de secundarios y figurantes: desde la peculiar madame a clientes respetables, maridos amantísimos, individuos extravagantes, perdidos, solos, caprichosos, vivales, nobles... Unos que buscan hacer, otros que pasan, y otros buscando ser.
Qué delicia la pensión Eva, pero no por el sexo tantas veces ilusionado y tantas hipócrita y culpable que cobija, ni por las penurias y miserias que oculta, sino por todo lo bueno que a menudo lo malo impide ver. Sé que alguna vez volveré a visitarla.
Y el final, coincidiendo con la mayoría de edad de Nené… Buenísimo por lo significativo. La mayoría de edad más que abrirle las puertas de la pensión Eva las cierra a sus espaldas para que se enfrente al mundo sin todo lo digno que ha encontrado entre sus paredes. Porque los problemas y el mal no están en los prostíbulos, último refugio de tantas desgraciadas y de no pocos infelices, sino puertas afuera, en el mundo que los hace existir.

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