Una lectora nada común tiene una protagonista nada común: la
reina de Inglaterra. Un personaje arriesgado, porque quien más y quien menos
tiene una imagen de ella, por más manipulada, distorsionada o estereotipada que
sea. La acción transcurre en los primeros años del siglo XXI, cuando la reina
es una septuagenaria.
Un buen
día, sin esperarlo, Isabel II se topa con una librería ambulante que ha
aparcado cerca del palacio. En ella encuentra al responsable y a un tipo más
bien feo que trabaja para ella en la cocina, y a quien no conoce. La reina,
como siempre en su vida, hace lo que cree que tiene que hacer, lo cual incluye
cortesía y mostrar interés por lo que los dos hombres están haciendo, aunque en
realidad le importe poco.
Este
episodio, sin embargo, pone en marcha otros similares que hacen que, de pronto,
la reina se aficione a la lectura. Y no solo se aficiona, sino que poco a poco
se convierte en una lectora de primera. Dos son los efectos inmediatos: cierta
preocupación en su “entorno oficial”, y un mayor desinterés por lo que hasta
ese momento habían sido sus ocupaciones habituales, todas con un contenido tan
simbólico y poco profundo que, en realidad, tiene muchos motivos para sentirse
como un adorno.
El
texto nos muestra a una persona forzosamente altanera -por cómo fue educada,
por cómo es tratada y por lo que se espera de ella y se le exige-, pero también
manipulada y en una posición que tiene mucho de absurdo por la falta de
independencia hasta para lo más básico, pese a que todos la tratan como a una
persona superior. Da la impresión, en muchas de las páginas de la novela, que
la vida de la reina es una vida tutelada como en una permanente minoría de
edad, una enorme mentira, una puesta en escena, una interpretación forzosa
donde la actriz nunca tiene la oportunidad de ser ella misma porque el telón
nunca llega a bajar.
Pero el
texto nos muestra también detalles sobre el arrepentimiento por no haber leído
más, sobre la frustración de todo lector por no poder abarcar cuanto se ha
escrito y merece la pena ser leído, del ansia de aprender o de la forma en que
el conocimiento se aplica a la vida y a la reflexión sobre uno mismo.
Aunque
en la primeras páginas la imagen que el lector tenga del personaje influirá en
la credibilidad que le dé a la novela, creo que a medida que avancen las pocas
páginas de ese libro, se encontrará con un personaje que, aunque siga siendo
irreal, ofrece una perspectiva de la vida de la realeza completamente
diferente -y más humana- de lo que estamos acostumbrados a escuchar. A lo cual
ayuda, sin duda, la imagen de rigidez tanto en lo personal como en lo
institucional que siempre ha acompañado a Isabel II.
El
conjunto, posiblemente debido al contraste de la normalidad con la solemnidad,
a los sofocos que produce en muchos esa situación, así como al peculiar
espíritu con que la reina se toma las cosas y a su buena voluntad, no exenta, en
ocasiones, de la firmeza en la que la
han educado y que a veces tiene mucho de insensible, dan al conjunto un aire ligero y
melancólicamente humorístico.
Una novela de lectura rápida y
agradable.
Yo también la leí, hace ya algunos añitos, y en conjunto me gustó, principalmente esa idea (extraña y poco plausible en una reina tan estirada y protocolaria) de pasar de la pasividad a la acción; es decir, de la lectura a la escritura, aspecto que en aquel momento compartí de todo corazón.
ResponderEliminarPor lo demás, coincido contigo: Una novela de lectura rápida y agradable, con un aire ligero y melancólicamente humorístico.
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