En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 5 de junio de 2025

El español que enamoró al mundo – Ignacio Peyró

 


No hay nada imposible, pero a mí me lo parece que cualquier buen amante de la literatura no disfrute leyendo a Ignacio Peyró. La naturalidad con que utiliza un lenguaje rico plagado de referencias sociales y culturales, lo directo y claro de la exposición y el humor que apenas falta y siempre está allá donde es más necesario (para reírse de uno mismo), hacen de la lectura de este libro un fiestorro memorable (y no digo fiesta porque la mayoría solemos leer vestidos de cualquier manera).

Además, ¡anda que no hace falta osadía para arriesgar tanto talento con un protagonista como Julio Iglesias!

O no.

Depende de lo que el autor haya confiado en su propia capacidad (sospecho que mucho) y en la suerte de su biografiado (sospecho que bastante). Lo digo porque para Julio Iglesias, que ha tenido gran fortuna en algunos momentos de su vida, no es una chamba menor que Peyró se haya fijado en él, porque este libro ni encumbra ni despeña a don Julio, pero su valor literario lo mantendrá en el formol de la buena literatura, paraje donde hasta ahora era un desconocido. Solo le falta que alguien le haga una estatua o un retrato de valor artístico incontestable para eternizase como el bufón de don Sebastián de Morra.

Yo he sido, lo confieso, una especie de inconsciente «antijulio» de tres al cuarto; alguien que no ha comprado ni uno solo de sus discos, ni puesto los pies en uno solo de sus conciertos, ni sintonizado uno solo de sus temas en ninguna aplicación. Alguien, también, que no ha leído ni una sola página sobre él, aunque no ha podido evitar ver infinidad de titulares en revistas a lo largo de los años o toparme con comentarios sobre él en radio y televisión. En definitiva, toda mi vida le he dedicado una indiferencia olímpica, quién sabe si porque sus pastelosas canciones no encajaban en mis gustos o para distinguirme de la parte de la generación anterior que lo veneraba. Y, sin embargo, hasta mis oídos han llegado muchísimas de sus canciones y sé de él más que de algunos familiares.

En eso consiste la fama. En estar hasta donde nadie te reclama. Es decir, en funcionar como una plaga.

En todo ese saber involuntario nunca he encontrado nada artístico digno de admiración, aunque, como en alguna de las páginas de este libro he creído entender, quizá el secreto de Julio Iglesias haya sido, precisamente, la perfecta combinación de inanidades y mediocridades que han hecho de él algo imposible y, por lo tanto y en el fondo, admirable: un mediocre excelso. ¿Quién dijo que la mediocridad no debe aspirar a la perfección? Porque cuando digo «han hecho» o «aspirar» me refiero a lo que no se puede admirar porque no se ve o se ignora: el ingente trabajo alimentado por una descomunal ambición y varias inteligencias despiertas que ha permitido el milagro de que este pan tumaca haya sido considerado ambrosía. 

Sin embargo, ni el máximo talento (del que carece don Julio) acompañado del mejor trabajo (del que sí que puede presumir) hace de ti un personaje, ni mucho menos un mito para una o dos generaciones. Para que algo así suceda es preciso, además del trabajo, que la diosa chiripa te sonría día y noche en los momentos adecuados. Y, a ser posible, a lo largo de los años. Esto es lo que le ha ocurrido a Julio Iglesias: el devenir de su carrera, desde pelagatos a figura de relumbrón, y el de su vida personal han corrido en paralelo y con no pocos puntos en común con los monumentales cambios sociales producidos en España desde los años 60, cuando el caballero inició su andadura, hasta la actualidad. Hay quien dice que ha ido siempre un paso por delante de la realidad social. Y así ha sido. Unas veces, por avispado. Otras, por haber tropezado; que ya decía mi abuela que «quien tropieza y no cae, adelanta». Todo lo que de bueno y malo le ha ocurrido en la vida ha sido combustible para su viaje al estrellato.

La forma en que Julio Iglesias era visto revela mucho sobre sus observadores. Esta baza la juega muy bien Peyró, trayendo siempre a colación, con gracia y habilidad, el contexto social e histórico de cada situación. De este modo, y sin que apenas se den cuenta, enfrenta consigo mismos a los lectores que hayan nacido en el siglo pasado. Para el resto, en cambio, Julio Iglesias no es mucho más que el recuerdo de un recuerdo ajeno, aparte de un meme y un clásico de cuarta copa en selectos bodorrios.

Así es como, mirando a Julio Iglesias, el autor y los lectores se miran a sí mismos, a quiénes éramos, a nuestro pasado, cuando todos éramos más jóvenes, más guapos y con más futuro; cuando frente a la prosaica realidad del común, nos consolaba sentir, escuchando la chuchurrida vocecita de un Julio Iglesias que tampoco sabía bailar, que no hacía falta destacar en nada para tenerlo todo. Hasta el amor.

Termino: la obra traslada la idea de que durante varias décadas la ambición de triunfo planetario fue una obsesión. Luego, claro, el tiempo pasa, y no digamos ya las fuerzas. No parece que Julio Iglesias tuviera un plan B distinto a la decepción durante todos aquellos años de búsqueda del éxito, pero el libro no aclara, aunque permite intuir, cómo lleva el declive. Se diría que el caballero ha intentado un aterrizaje prolongado y suave amortiguado por los dineros de negocios nada relacionados con la canción, pero queda en el aire cómo se ve uno a sí mismo, con el futuro cuesta debajo de cualquier octogenario, cuando toda la vida se ha estado mirando hacia la cima.

Julio Iglesias nació en 1943. Este 2025 le van a caer 82 añitos de nada. Aún le quedan unos cuantos por delante. Ojalá que muchos. Pero, leyendo este libro, uno apostaría a que la forma o el momento de salir de este mundo algo tendrán para redondear su historia. Y afirmarlo quizá tampoco es arriesgado: volviendo a una idea anterior, y siendo la muerte algo tan vulgar, ¿a quién le extrañaría que la de Julio Iglesias sea, por el momento, por el lugar, por el cómo o por alguna glamurosa lágrima, excelsamente mediocre?


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