¿Quién no ha protagonizado, o al menos conocido, algún affaire, alguna aventura amorosa caprichosa, sin compromiso, surgida de la libertad, de la ociosidad o de la confusión? Nada hay de criticable en ellas cuando, como es el caso de esta novela, quienes lo protagonizan no tienen nada mejor que hacer.
Él, Javier Sáez, es un pequeño empresario madrileño que, intencionadamente, lleva una vida emocionalmente inane. Ella, Andreia Salgueiro, es una mujer joven que conduce un tranvía en Lisboa, donde ambos personajes se conocen, conscientes de que cada uno tiene su vida en una ciudad y que, por lo tanto, cualquier relación que surja entre ellos ha de ser efímera.
Y lo efímero a menudo es una tentación… Y en ocasiones, el final cuya facilidad al principio propiciaba la tentación, acaba produciendo pena.
Por qué, ¿a que también sois conscientes de que muchos de esos affaires desembocan en relaciones más serias?
Bueno, pues algo de esto cuenta esta novela que merece la pena leer, y eso a pesar de que tiene alguna cuestión claramente mejorable.
El título, la portada y lo que evoca Lisboa hacen pensar en una historia intimista, que la sinopsis desmiente solo de modo parcial. El desmentido tiene que ver con esos puntos a mejorar. ¿Cuáles?
El protagonista llega a Lisboa huyendo de no se sabe qué, y es demasiado evidente que no lo sabemos porque al autor no le da la gana que lo sepamos. Y es también demasiado evidente que el autor espolvorea algunos datos para despistar, o para confundir. Algo le ha pasado al tal Javier Sáez que se ha subido en un coche y ha ido conduciendo, sin rumbo, hasta acabar en Lisboa como podía haber acabado en Torrelodones tras dar un rodeo por Cuenca y Orense. Ha ido sin rumbo no solo porque parece haber perdido el de su vida, sino porque no quiere que nadie sepa dónde está, y por eso adopta precauciones propias de un prófugo. Pero... ¿Es una víctima o un culpable?
Los fallos de la novela son dos: el primero, que es demasiado evidente la voluntad de crear esa confusión, lo que da una sensación de artificiosidad que va en contra de la credibilidad de la historia. El segundo es que, si tan ofuscado está el hombre como para huir así, no se acaba de entender la naturalidad y despreocupación con que inicia una nueva vida, aunque sea temporal, sin apenas mirar atrás, sin volver a preocuparse de esconderse o de ocultar algo, como si no hubiera pasado nada, como si, realmente, fuera un simple turista. Falta congruencia.
Las sensaciones que en el lector produce lo que acabo de decir incomodan la lectura en bastantes momentos, aunque lo cierto es que al final la historia de Andreia y Javier acaba por imponerse y el lector se olvida del resto y disfruta de una relación bien contada y con la suficiente habilidad y sensibilidad, en la que de paso conocemos la historia de Andreia y su relación con el fado, a través de su madre, que juega un papel relevante por cierta sobreabundancia de fragmentos que ponen color y palabras a la historia (por cierto, la edición no advierte al principio que hay un glosario de portugués al final; menos mal que se entiende casi todo).
En este punto la historia es bonita y tiene el intimismo sugerido por título y portada, y así se mantiene, con menciones/evocaciones de lugares de Lisboa que harán disfrutar a quien haya estado allí y dirán poco a quien no, hasta que, al final, las dos cosas que antes he mencionado como mejorables vuelven a hacer chirriar la novela: ¿Qué hace allí, tanto tiempo (se diría que hay cierto desajuste temporal, porque se habla de dos semanas cuando parece haber pasado bastante más) un tío mano sobre mano viviendo de no se sabe qué? ¿Por qué la separación es tan repentina y poco trabajada? ¿Por qué un tipo que ha llegado a Lisboa huyendo de no sabemos qué, de pronto dice, «bueno, pues ya toca volver» y regresa tan campante? Esa sorprendente partida enfila la historia hacia un final que explica la huida del protagonista de un modo inteligente, y que supone la resolución de un «misterio» planteado al inicio... y olvidado después. Es el momento en que conocemos de verdad la vida de Javier. La explicación no aporta nada a la relación con la conductora del 28, todo hay que decirlo, aunque una vez aclaradas las cosillas queda abierta la puerta al final que sabrá quien lea esta novela.
He detallado los fallos porque me dan rabia: sin ellos sería una muy buena novela. Pero que eso no os impida leerla, porque disfrutaréis de un buen rato de lectura.
Además, dentro de nada es el otoño y yo diría que La conductora del 28 es una lectura otoñal. De día de lluvia y manta.
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