Es complicado hacer humor con temas como el racismo y la
homofobia, y más todavía que el texto haya aguantado cuarenta años sin verse
afectado por la evolución habida en estas materias, por lo “políticamente
correcto”. Pero lo más sorprendente es que Sharpe, tras ser encarcelado y
deportado por su posición contra el Apartheid, todavía tuviera ganas de hacer
humor alrededor del tema.
La acción transcurre en Sudáfrica. El comandante al frente
de la policía del lugar, a quien el lector ya conoce de Reunión tumultuosa (reseñado en este mismo blog), está acomplejado
por su origen boer y es un rendido admirador de lo inglés. Por eso, al conocer
a una dama que le parece el colmo de lo inglés y la culminación de la elegancia, se
toma unos días libres para salir en pos de ella, pese a que el marido de la
dama detesta a los africaners, en lo que no deja de ser otra forma de racismo.
El segundo del comandante aprovecha su ausencia para hacer méritos afirmando los principios del régimen. Y para ello planea dos
operaciones: la primera, “curar” a medio cuerpo de policía de sus tentaciones
hacia las mujeres negras; el objetivo es preservar el orden moral y a pureza de la raza;
lo consigue gracias la opulenta y dominante psiquiatra que le echa los tejos. El
tratamiento consiste en efectuar descargas eléctricas sobre los sufridos
agentes mientras se les muestran fotografías de mujeres negras desnudas, con la
esperanza de provocar una dolorosa asociación mental. La segunda operación con
la que el caballero quiere prosperar profesionalmente es la desarticulación de cuanto
elemento comunista (lo de terrorista, en su opinión, está implícito en el
término) hay por la ciudad; para lo cual hace uso de sus agentes secretos, a
los que anima a infiltrarse en grupos comunistas para impulsar atentados.
Y así, entre agentes secretos que se infiltran no saben
dónde ni entre quién, policías medio electrocutados que devienen en
homosexuales, avestruces explotando (sí, como suena) y las aventuras y
desventuras del comandante en pos de una dama inglesa que si anda por aquellos andurriales
no es precisamente por su abolengo, transcurre casi toda
la novela, hasta que el comandante ve la luz y se ve obligado a echar tierra sobre todos los asuntos para que nadie meta las narices en su territorio, ni en su trabajo, ni
en su cuestionable futuro profesional.
Como en otras novelas de Sharpe, el lío formado
sobre la base de excentricidades y equívocos, crece y crece sin parar, hasta
alcanzar dimensiones delirantes, aunque la idea de que el punto culminante del
follón debe coincidir con el desenlace se desvanece a falta de bastante para el
final. También como en otras novelas, distintos estamentos y organismos se
distinguen por una idea fija, obsesiva, que los hace previsibles y tan fácil de
engañar que su solemnidad queda reducida al ridículo.
La locura de los personajes (unos, profundamente
incompetentes, otros, carne de manicomio) y su campechana brutalidad dan el
tono de una novela que, precisamente por esa forma de presentar a los
defensores del Apartheid, se convierte en un alegato a favor de la igualdad.
Nadie en su sano juicio querría verse reflejado en ninguno de los sujetos que
pululan por una historia en la que nadie, sino las víctimas, se salvan de ser
presentados como una cuadrilla de locos.
Por último, cabe reseñar la constante y mordaz ironía, nada
sutil, de los comentarios del autor en relación a la actitud de unos y otros.
Una novela muy divertida, pero antes de leer Exhibición impúdica es aconsejable,
aunque no imprescindible, haber leído Reunión
tumultuosa, para conocer los tejemanejes del comandante, de su teniente y
de algún personaje más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario