En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 18 de septiembre de 2025

Camino de sirga – Jesús Moncada

 

Un camino de sirga es un camino contracorriente, porque, haciendo camino al andar, lo hacen quienes remolcan embarcaciones río arriba estirando del barco con una sirga, que así se llaman las maromas usadas para estos menesteres. Es, pues, un camino azaroso y siempre esforzado. 

Aún en Aragón, en el límite con Cataluña, junto a la margen izquierda del Ebro estaba la Meniquenza antigua de la que habla este libro, que cuenta la historia de unos personajes, de un pueblo, que sigue un camino contracorriente en el periodo que aborda, el cual, más o menos, coincide con la memoria propia y prestada de Jesús Moncada (1941-2005), natural de Mequinenza: desde principios del siglo XX hasta 1971, cuando fue derribada la última casa del pueblo antiguo.

Leer esta novela con Google Maps al lado permite husmear un lugar que poca gente imagina en el interior de la península, porque si el sur del pueblo lindaba con el Ebro (que encajonaba el casco urbano entre el cauce y la escarpada sierra excavada por el río), el este lo hacía con el Segre. Mequinenza estaba en el recodo que formaba la confluencia de ambos ríos. Desde ese punto basta remontar el Segre ocho kilómetros para encontrar su unión con otro de los grandes ríos pirenaicos: el Cinca. A partir de Mequinenza, el Ebro tiene su máximo caudal. El río era a la vez vía de comunicación y frontera. El libro llega a rememorar la época en la que ni siquiera había puentes. 

La revolución industrial permitió la explotación de las minas de lignito de la zona, que vivieron su apogeo con el aumento de la demanda provocado por la Primera Guerra Mundial. El lignito viajaba Ebro abajo en barcos, hacia la zona industrial del entorno de Tortosa. Las embarcaciones, llamadas laúdes (llauts, en catalán), retornaban a vela si soplaba el bochorno o, si no, penosamente remolcadas desde el camino de sirga, cargadas de productos que alimentaban el comercio con los pueblos ribereños.

Desde esta situación de prosperidad imposible para el resto de pueblos de los alrededores comienza el recorrido contracorriente. Contracorriente en dos sentidos: primero, en relación al propio pueblo, que de la bonanza negada a los pueblos más cercanos pasó al declive; segundo, ya a partir de finales de los 50, porque el futuro de Mequinenza se hizo negro precisamente cuando la situación económica en el resto de España comenzaba a clarear tras dos décadas de desastre. ¿Por qué así? El fin de la Primera Guerra Mundial hizo caer la demanda de lignito, primer palo; posteriormente llegó la Guerra Civil, que solo trajo odio y desdichas; para entonces los derivados del petróleo ya habían comenzado a sustituir al carbón como combustible industrial y, finalmente, llegó el golpe de gracia a finales de los años 50: el anuncio de la construcción de dos presas: la de Mequinenza, situada aguas arriba, a tan solo dos kilómetros del pueblo, y, aguas abajo, la de Riba Roja d´Ebre, que a pesar de estar a 27 kilómetros hizo desaparecer bajo sus aguas municipios como el antiguo Fayón, del que aún sobresale del agua la torre de la iglesia, y, por lo que a esta historia atañe, también, la antigua Mequinenza. Dos pantanos enlazados. La presa del pantano de Mequinenza desagua en la cola del del Riba Roja. Poneos en el lugar de los lugareños: pasaron de vivir en un pueblo próspero, envidiable, inalcanzable para el resto, a ver anunciada su desaparición y tener que plantearse qué hacer con su vida. Dónde vivir, de qué… La agonía, desde el anuncio de la obra a la consumación de la desaparición, duró trece años. Trece. Tiempo suficiente para avanzar de la juventud a la madurez, de la madurez a la vejez, y de ésta a la decrepitud o hasta al hoyo.

Qué más tarde la nueva Mequinenza, construida desde cero a poco más de un kilómetro, en la ribera del Segre, haya levantado cabeza en nada importa a la historia, porque, quién podía imaginar entonces las calles sin historia de un pueblo que era solo una promesa?

En este contexto geográfico e histórico transcurre «Camino de sirga». Lo anticipo porque como no todos los que desconozcan la zona me harán caso en lo de Google Maps, no está de más tenerlo en mente para no despistarse de lo importante: la historia de los pueblos es en realidad la de sus habitantes, y cada persona vive el devenir común de una manera, porque cada cual tiene sus propias circunstancias, experiencias, carácter y posibilidades. Lo que los románticos llaman «pueblo» rara vez está unido; siempre hay enfrentamientos internos, intereses contrapuestos, odios que solo terminan con la muerte.

Jesús Moncada navega desde las impresiones y recuerdos que en 1971 provocan en los personajes la aniquilación del pueblo y la ya consumada desaparición de los antiguos modos de vida. Desde ese desolado puerto, en lugar de dejarse llevar hacia el futuro arrastrado por la corriente del día a día, remonta la vida del pueblo hacia el pasado, estirando de ella letra a letra, línea a línea, en una especie de camino de sirga, hasta alcanzar la juventud de los ya viejos y la vida de sus padres y abuelos, de todos los que pasaron por allí dando vida a un pueblo que llegó a generarla abundante y vigorosa. Muelles, minas, bares, pequeños astilleros, mineros, marineros, patrones, propietarios, caciques… Algunos, valga la expresión, normales; otros, a su modo, legendarios, porque siempre había alguien reconocido como el mejor patrón, o el mejor marino, o el más experimentado en una cosa u otra, o el más rico, o el más influyente… Entre toda esta gente había intereses comunes, pero también enfrentados. Había rivalidades, filias y fobias, amores consumados y platónicos; odios antiguos e iras más volátiles que perpetuas. Todos sabían quién era cada quién y qué podía esperar de cada cual; las expectativas estaban en el origen de los problemas, miedos y ambiciones y la traición de las expectativas en el de los sucesos. Como en todas partes. Hasta que el destino, por llamarlo de algún modo, los envía a todos juntos a hacer puñetas. A todos. A afines y enfrentados. 

Mequinenza reproduce a su escala los efectos mundiales de la revolución industrial: la aparición de una burguesía cuyos ancestros eran tan piojos como los del resto, pero que ahora, desde el pedestal de su dinero, reclama el tratamiento dispensado a los linajes de abolengo; la súbita aparición de una clase obrera representada aquí por mineros y tripulaciones; y, también, la pérdida del poder tradicional, especialmente de la Iglesia, desplazado por el nuevo poder burgués y las ideas democráticas. La Guerra Civil trajo consigo la violenta recuperación de alguno de esos poderes, en especial el de la Iglesia, pero sin mengua del poder burgués, que solo cedía a manos de burgueses más poderosos, como es el caso: los endiosados ricos del lugar son mequetrefes ante los intereses que se llevan por delante el pueblo viejo.

«Camino de sirga», que, como ya he dicho, salta de una época a otra desde los recuerdos «presentes» (1971) de algunos de los personajes, reconstruye toda esa época a través de individuos concretos, que encarnan todo dicho de modo maravilloso.

El autor usa un lenguaje claro y tan rico o más que la propia historia. La estructura es fantástica a pesar de la aparente, solo aparente, desorganización por las idas y venidas temporales. Sensación de riqueza literaria da también la abundancia de personajes, muchos de los cuales son memorables. También lo es el realismo de la hipocresía, de las debilidades, de los defectos. La caída en la tentación, en especial en la sexual, es constante incluso para aquellos que más aires de distinción se dan, por más que esa caída los iguale al resto. Esas caídas, además, conviven, se confunden y encuentran unas veces complicidad y otras excusas en las «malas costumbres» que traen los nuevos tiempos. Las modernas ideas de libertad de los más avanzados se solapan con los viejos libertinajes de quienes pueden permitírselos.

«Camino de sirga» es una novela sobre la vida, así que encontramos por todas partes las motivaciones más comunes: orgullo, deseo, complejos, dignidad, ambición, presunción…

        Sin embargo, no solo de personajes vive la literatura: el Ebro está omnipresente. Y su paisaje es excepcional, espectacular. Me ha maravillado no sé si por lo desconocido, por lo insólito de unos modos de vida imposibles ya en el entorno más cercano y no digamos en el resto de la península o por qué. Es fantástico. Pensándolo bien, quizá lo más bello es la demostración de cómo el ser humano, durante milenios, se hizo uno con la naturaleza. En este sentido, el destino de la antigua Mequinenza es también simbólico: en un mundo en el que el ser humano ha abandonado sus raíces para intentar imponerse a la naturaleza, no hay lugar para pueblos como aquel. 

Al igual que del pueblo viejo, demolición a demolición, cada vez va quedando menos en pie, así sucede con los personajes: su abundancia inicial y su impulso vital van reduciéndose poco a poco porque con el correr del tiempo y de los hechos unos mueren, el resto envejece, otros se van y cada vez son menos los que quedan. Son estos, al final, los que mayor carga simbólica alcanzan. ¿Qué simbolizan? Las distintas maneras de afrontar el destino. Adaptándose, unos. Dejándose aplastar por las circunstancias, otros; y, algunos, triturados por su propio orgullo.

Pero esta historia, que tiene componentes trágicos y hasta épicos, que es una especie de epopeya, tiene abundantísimos tintes cómicos. ¿Quizá se los permitió Jesús Moncada porque «Camino de sirga» se publicó en 1988, con el sofocón digerido y la nueva Mequinenza ya en marcha? ¿O es más bien un mecanismo de defensa en la línea del Quijote, quien, por cierto, también vivió aventuras y desventuras en el Ebro, aunque sin llegar a cruzarlo? Me inclino por lo segundo. El humor nos reduce a nuestra verdadera dimensión (pelagatos), y eso permite vernos, en este caso ver a los personajes, con una mirada igualitaria. Jesús Moncada encuentra el humor en las contradicciones del ser humano y, sobre todo, en las ironías de la vida. Estas últimas las sufren más quienes tienen un comportamiento menos natural, que son siempre quienes se las dan de algo. En consecuencia, los personajes más risibles de esta historia son los socialmente más destacados. El pobre, nos cuenta Jesús Moncada sin decirlo nunca expresamente, acaba acomodándose a las desdichas. No tiene la opción de pelear por un patrimonio ni de morir aferrado a él; le cuesta menos partir de cero porque está acostumbrado a vivir muy cerca de él; lo cual le hace, en situaciones límite, más libre y menos ridículo.

Y termino con un apunte creo que importante: el lector conoce desde el inicio el destino del pueblo: la desaparición. Esto condiciona la visión de todos los personajes, porque todos, sin excepción, van a ser perdedores. Eso refuerza la visión igualitaria que siempre trae el humor. De ahí que el lector sea aún más afectuoso y solidario de lo habitual con los débiles y no se tome demasiado a pecho a egoístas, aprovechados y abusones.

Publicado originariamente en catalán, «Camino de sirga» se cuenta entre más grandes obras de la literatura catalana. No me extraña. Es un novelón universal de los que se recuerdan toda la vida.



Fotos de la antigua Mequinenza (ignoro el autor)






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