Solo las referencias tecnológicas permiten situar temporalmente una historia que podría transcurrir en cualquier época. La obra está inspirada en la (mala) suerte de Juan Emiliano, hermano mayor del autor, que murió asesinado en 1977 en su finca de Titumate, en la costa colombiana más cercana al este de Panamá. Tomás González, nacido en Medellín en 1950, publicó esta breve novela en 1983.
Primero estaba el mar comienza cuando J., el protagonista, y su mujer, Elena, llegan a una pequeña isla en el golfo de Urabá (cuya costa oeste es la de Titumate, aunque las referencias para los protagonistas son las de la costa este) para hacerse cargo de la hacienda que han comprado en ella. Su objetivo es vivir plácidamente. Vivir mirando al mar. Leyendo, tomando el sol, bebiendo unas copitas… Olvidar el pasado más o menos turbulento en la ciudad y cambiar de vida. El propósito queda claro cuando se menciona la parte del equipaje más importante de J.: los libros. Eso sí, se deja traslucir hasta resultar evidente que la idea del cambio de vida fue de J.
Ocurre, sin embargo, que la habitabilidad de la casa es manifiestamente mejorable, que la climatología no hace el panorama tan idílico como imaginaban y, sobre todo, que la explotación de la hacienda, que no había de ser más que un pasatiempo, pasa a tener una importancia capital cuando se esfuma una parte relevante del patrimonio con el que contaban. Una situación complicada, porque como propietarios forman parte del reducidísimo censo de capitalistas de la isla, y de tales quieren ejercer, sobre todo Elena, que no lleva demasiado bien mezclarse con la chusma; pero son unos capitalistas muy achuchados por la necesidad de comer y sometidos a las carestías de todo tipo, en especial de personal, que hay en la isla.
¿Y qué ocurre entonces? ¿Será bueno el dicho de que cuando la pobreza entra por la puerta el amor salta por la ventana?
Pues sí, claro. Si el proyecto más o menos común no convencía a ambos por igual, las ganas y las fuerzas para remediar los sinsabores difícilmente pueden ser las mismas. Es así como la distancia entre la pareja crece al tiempo que se hilan precariamente las relaciones con la población de la isla; unas relaciones desiguales porque, paradójicamente, el propietario es quien más ahogado está y, para colmo, cuenta en su contra con su propia supina ignorancia en materia económica y con el osado monopolio de mano de obra de quienes, por más desarrapados que sean, se saben imprescindibles y carentes de todo vínculo emocional con esa pareja de extraños.
E igual que el amor salta por la ventana pueden hacerlo también las lealtades, porque toda lealtad ha de empezar por uno mismo y dejarse embarcar hacia el naufragio tiene más de estupidez que de lealtad. Y si esto es así para el honesto, ni que decir tiene que aquellos otros que en nada valoran la lealtad campan a sus anchas (y, si no son muy espabilados, a veces incluso en contra de sus propios intereses).
¿Y qué ocurre cuando todo comienza a ir entre mal, muy mal y desesperantemente mal? Que mucha gente se agarra, grave error, a lo primero que encuentra.
Primero estaba el mar es una breve, lúcida, dura y contundente obra sobre cómo afrontar la vida. No es difícil extraer de ella lecciones importantes. Una gran novela para leer y releer.
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