Karina Sainz Borgo me ha dejado
pasmado con esta obra bellísima, que solo puede escribir alguien que vive en la
Literatura como otros en su casa, y que solo debe ser leída por quienes saben
que afrontar una lectura sin buscar nada en ella es la mejor manera de encontrar
cuanto sus páginas ofrecen. Hace poco comenté en este mismo blog que C. S.
Lewis, en La experiencia de leer, señalaba que, si el lector «no literario» es
el que pasa la obra por el tamiz de sus propios objetivos, el «lector
literario» es quien, sin objetivos, se pasa a sí mismo por el tamiz de la obra.
De resultas, la obra cambia al «lector literario». Es así como debe
experimentarse el arte.
Lo que no
recuerdo es si Lewis dice que hay obras que solo pueden leerse como «lector
literario», porque de otro modo nada de ellas encaja en ningún sitio y te pegas
un tiro. La isla del doctor Schubert es un ejemplo.
¿Qué
sucede cuanto pasas por el tamiz de esta obra?
Pues que
cada vez que luego piensas en ella te entra un súbito relax y te quedas sonriendo
con la cara un poco pánfila de quien se abstrae rememorando una mezcla de suave
levitación y dulce sueño. Y más si la lees un día luminoso de primavera, con
una luz tan semejante a la balear. Así de bonita es.
Cosa
distinta es que me resulte fácil o posible explicar de qué trata. La isla del
doctor Schubert no es una historia, ni una reflexión, ni nada que tenga un
nombre. Es una especie de sueño escapado de una biblioteca y atracado en una
cala balear. Una mezcla de fantasía y evocación, comenzando por el título; una
mezcla en la que Schubert, su isla y todo lo que hay, no hay o pudo haber en
ella parece llegado del confín de los tiempos literarios y en tránsito hacia el
sueño de todos los lectores que han sido y serán. Leer esta obra es como pasear
por una biblioteca donde las imágenes de novelistas, filósofos e historiadores
se fugan de los libros para mezclarse y crear otras, bellas, extrañas, armónicas y efímeras, delante
de tus narices, aunque de inmediato se disuelvan para que sus restos alimenten
otras. Solo de vez en cuando encontramos una referencia que ancla la isla y al
lector en algún lugar del Mediterráneo y del presente; pero es un lugar
singular: una nueva isla balear capaz de fundirse con las reales, de escindirse
de ellas, de crecer y achicarse, de mutar en el tiempo y en el espacio, una
isla donde sabes que detrás de cualquier piedra puede estar Homero sesteando en
soledad, imaginando una Odisea aún no escrita, aunque sea para sortear luego a los
turistas y tomar un avión. Ni siquiera las tres furias en libertad son capaces
de hacer mediocre una línea. La isla del doctor Schubert, bien lo sabe la copista, es un canto de sirena.
No soy
capaz de saber qué ha querido hacer Karina Sainz al escribir esta obra, aunque
sospecho que si algo la ha motivado ha sido dejarse llevar y disfrutar. Lo que
sí sé es que un texto así está al alcance de cuatro gatos. O de dos o tres. El
cambio de registro respecto a sus anteriores libros es tan extraordinario y el extraño resultado es tan
bello y equilibrado que impresiona. Me la imagino escribiendo esta obra, con el bolígrafo
convertido en batuta, con los gestos de quien dirige una orquesta.
Es grande
Karina Sainz Borgo.
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