Rusia, 1928. Vladimir Ipatievich Pérsikov, un zoólogo que ha sacrificado su vida y su familia a su ciencia, una auténtica rata de biblioteca y laboratorio, descubre por casualidad un rayo que acelera la reproducción de microorganismos generando, de paso, seres de mayor tamaño. Asombrado por el hallazgo se dedica a profundizar en la investigación, encargando lentes cada vez más grandes para analizar los límites y las posibilidades del descubrimiento.
Sin embargo, y para su desdicha, antes de culminar nada un periodista da a conocer el secreto, tergiversando todo y dando por hecha la existencia de algo que, de llegar a existir, requiere todavía mucha investigación.
El asunto viene a coincidir con una plaga que aniquila los pollos. La necesidad de alimento y de hacer ver que “aquí no pasa nada” lleva a las autoridades a la incautación de las máquinas que está desarrollando el profesor. Son instaladas en una granja con la finalidad de incubar a unos huevos importados y acelerar así la reproducción de pollos.
Y a partir de aquí no digo más para no desvelar nada, excepto que el caos amenaza con adueñarse de Rusia, aunque, como en la historia real, una cosa son los rusos y otra el territorio ruso.
Los huevos fatídicos (título también traducido como Los huevos fatales) es una obra a medio camino entre lo cómico, el terror, la ciencia ficción y la crítica social, e incluso contiene un guiño histórico que, en el momento en que se escribió (1924) tuvo también algo de premonitorio quizá por aquello de que la historia siempre se repite.
Mijaíl Bulgákov (1891-1940) |
Una novela breve, en algunos párrafos un poco confusa, y que deja una sensación extraña por la mezcla de géneros y, como he dicho, porque no es una mezcla uniforme.
Por cierto, hoy, 10 de marzo, es el aniversario de la muerte de Mijaíl Bugákov. Falleció a los 48 años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario