En esta ocasión leer teatro es casi tan sencillo como leer
una novela, porque El caso de la mujer
asesinadita no tiene ninguna complicación ni por el número de personajes ni
por la complejidad del escenario.
La
historia, que parte de idea de los “sueños proféticos”, comienza cuando la
señora de la casa se topa con unos caballeros que dicen ser los dueños de esa
misma casa y vivir allí. Y así sabemos, además, que en aquella casa fue
envenenada una mujer, y que esa mujer tiene muchos paralelismos con Mercedes,
la protagonista. Pero lo que el espectador ha visto es un sueño, y el sueño,
después, parece ir convirtiéndose en realidad.
Qué
ocurre luego, es el desenlace, entre la realidad, los sueños y ciertas
“coincidencias” no sé si mágicas o telepáticas, hacia un final inesperado y
romántico, para lo cual es preciso trenzar diversas “casualidades” que no voy a
desvelar, pero que requieren la atención del lector/espectador para poder
apreciar en su totalidad. Y eso está muy bien hecho. Es más: el final es tan
original que justifica lo de “asesinadita”, porque altera por completo la
percepción de la violencia.
La obra
capta de inmediato el interés, porque nada más comenzar abre un monumental
interrogante que no es cerrado hasta el final. Sin embargo, aunque hay unidad y
continuidad en el argumento, hay importantes diferencias en la forma: si al
comienzo el humor –con una buena
dosis de absurdo- tiene un papel destacado, conforme la acción avanza el humor
va difuminándose y, al final, poco queda de él, porque el objetivo de los
autores parece haber ido mutando, como si el esfuerzo por sacar adelante un
argumento complejo les hubiera absorbido hasta el punto de ir olvidando el
humor inicial. A pesar de lo cual, el conjunto muy divertido y entretenido.
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