Ardores de agosto (Serie Montalbano, 14)
Tras un largo paréntesis lector, y alternando con un par de
libros con enorme carga de profundidad (Museo de la soledad y El animal moribundo) en enero hice algo contrario a mi religión: leer casi seguidos tres
libros de una saga. Ardores de agosto, Las alas de la esfinge y La pista de
arena.
Ardores de agosto es un título con doble sentido: alude al
calor en sí, porque la acción transcurre en agosto y Montalbano se pasa el
libro sudando como un pollo, y alude también a otros ardores, vinculados a la
carne, que ya se sabe que es débil y, me temo, la relación de Montabano con
Livia necesitaba (literariamente hablando) que algo ocurriera para no caer por
enésima vez en la repetición. Dicho de otro modo, si en cada novela de la serie
Camilleri nos ofrece un caso (o varios) y además nos cuenta cómo evoluciona la
vida del comisario, respecto a esto último, en el plano afectivo, Ardores de
agosto supone un antes y un después inevitable para poder dar un giro a la vida
del protagonista y poder incluir en las siguientes novelas factores emocionales
que mantengan vivo el interés del lector, aunque sea a costa de mezclar en demasía el rosa con el negro.
Comparada con el resto de novelas de la saga que he leído
hasta ahora, es quizá la más floja. Livia le hace un encargo al comisario: que busque una casita
para que unos amigos veraneen. Montalbano la encuentra, pero en ella los amigos
comienzan a enfrentarse a una serie de plagas bíblicas un tanto asquerosillas e
irreales, demasiado caricaturescas, que desembocan en el hallazgo de un
cadáver.
Para más caricatura, el comisario gasta una broma para
exacerbar los instintos sexuales del fiscal Tommaseo, y la broma, aunque inverosímil, se torna realidad, por no hablar de la misteriosa conexión de la
víctima con su hermana. Demasiado irreal, lo que creo que va en perjuicio del
personaje.
A partir de aquí, una historia típica donde el poderoso
acostumbra a usar y abusar del débil, donde el crimen a veces está planificado,
otras surge sin que se le espere y, en ocasiones, alimenta la venganza, un arte
de lo más sibilino.
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