En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

viernes, 28 de noviembre de 2025

Las valoraciones de los lectores

 



Mirad la imagen. Es de Amazon. Del 27 de noviembre de 2025.

    A la botella de whisky de 12 años que cuesta 31 euros los clientes le dan dado una calificación de 4,6 sobre 5. La de 25 años de la misma marca, cuyo precio es de casi 227, la han valorado solo con un 4,5.

    Si aceptamos que el mismo whisky es sustancialmente mejor con 25 años que con 12, debemos concluir que lo que los clientes han valorado no ha sido la calidad del producto.

    ¿Qué han valorado entonces?

    El cumplimiento de sus expectativas.

    Todos sabemos qué podemos esperar de un producto que conocemos. Si sé cómo es el producto porque lo he probado mil veces, si quiero comprarlo, si me lo venden y si lo que recibo es exactamente lo que quería comprar, ¿qué valoración voy a dar? La mejor.

    En cambio, una botella de 227 euros uno no se la pimpla habitualmente. La mayoría de quienes la compran solo lo hacen una vez en la vida, por probar. Por permitirse un capricho. Prevén que va a ser algo excepcional, pero no atinan a imaginarlo con exactitud porque nunca antes lo han probado. Por eso es más fácil acabar desilusionado. Uno pensaba que un mejunje tan caro iba a ser la pera limorena y… solo es la pera.

    4,5 el de 25 años. 4,6 el de 12.

    Esto sucede con todos los productos. Cuanto más conocidos son, más sencillo es que la experiencia se corresponda con la expectativa.

    Pero a mí me interesan los libros.

    Casi todos los best sellers y no digamos ya los long sellers tienen valoraciones muy altas. Comprobadlo. ¿Porque son buenos? No. Porque como son libros conocidos, la mayoría de los compradores los buscan sabiendo lo que van a encontrar. Si estoy habituado a beber whisky X, compro whisky X y me venden whisky X, ¿cómo voy a valorar mal la experiencia? No es la calidad del producto, que puede tenerla o no, lo que ha determinado mi valoración. 

    En cambio, cuando el autor cambia de registro dificulta las expectativas y se arriesga a las malas valoraciones. Si un lector llega buscando un libro como el anterior que escribió el autor y se encuentra algo muy distinto, las posibilidades de que la valoración del nuevo libro sea baja aumentan. Yo quería patatas y usted me ha vendido cebollas. Le ha pasado con frecuencia a Fernando Aramburu porque tiene una gran variedad de registros. ¿Cuánta gente no se quejó de  «Los vencejos» porque no era «Patria»? También le ha ocurrido a Eduardo Mendoza con sus últimas novelas, tan distintas a las anteriores. Aunque el caso que siempre recuerdo (porque me siento culpable) es el de Pablo Tusset: fuimos muchos quienes, sin informarnos bien, compramos «En el nombre del cerdo» convencidos de que era otro «Lo mejor que le puede pasar a un cruasán» y nos decepcionó que no fuera así, a pesar de que era una obra estupenda, incluso mejor. El cruasán tiene en Amazon una valoración que oscila entre 4,2 y 4,6, según la edición, y la otra, más trabajada y mejor, de 3,8.

    Las expectativas se complican aún más cuando el autor es desconocido. No sabes nada de él, ni de su obra. Las posibilidades de errar las expectativas se multiplican por falta de información. Y si encima la obra tiene algo que la separa de la media… 

    Lo he sufrido siempre. Por ser un autor desconocido y por el tipo de libros que he publicado.

    La experiencia con la «La terrible historia de los vibradores asesinos» fue reveladora. Mientras quienes llegaban a ella lo hicieron desde el boca a boca o tras haber buscado o encontrado en las redes información más o menos elaborada, la valoración de la novela fue alta. Entre el 4,6 y el 4,7 sobre 5, sin haber pedido a nadie conocido que la valorara y pese los hatercillos de cabecera. Así estuvo dos o tres años. Pero en cuanto Ajonio Trepileto tuvo el honor de casi inaugurar el servicio de Prime Reading (fue seleccionado en la segunda tanda y repitió más tarde), hubo mucha gente que descargó la novela sin saber nada de ella, solo porque no le costaba un céntimo; pensando, supongo, que sería una novela al uso. Pero como no es así ni por la trama, ni por el lenguaje, ni por el tipo de personaje, la valoración cayó en picado. Digamos que la novela fue «buena» (valoración en torno al 4,6 o 4,7) unos años y «mala» después (3,4). 

    Qué cosas, ¿eh?

    La conclusión es que las valoraciones hay que tomarlas con cautela. Lo mejor que uno puede hacer es informarse sobre el producto y buscar la opinión de personas en las que confíe. Esto vale para los libros y para el atún en escabeche.


jueves, 27 de noviembre de 2025

Páradais – Fernanda Melchor

 


No sé si Polo, el protagonista de esta breve novela, trabaja en El Paraíso, pero sí que trabaja en Paradise,  o «Páradais», según escribe cuando cuenta cómo se lo enseñaron a pronunciar. Páradais es una lujosa urbanización en México, no lejos de Progreso, aunque parece tener poco que ver con El Paraíso que he localizado en el mapa. Es la tercera novela que leo en poco tiempo (dos argentinas y esta) centradas en ese tipo de pimpantes urbanizaciones aisladas, bien protegidas del resto de la (maloliente y peligrosa, según sus moradores) población. 

En ella trabaja Polo de jardinero. Es un muchacho que no ha querido estudiar y que malvive (o se almacena), con su madre y una prima embarazada, en pocos metros cuadrados. Aunque más que trabajar, es explotado, porque un tal Urquiza dispone de todas sus horas como si Polo no tuviera derecho a vivir. Y, por supuesto, nadie le retribuye ni uno de esos minutos extras. El chaval, que no tiene ningunas ganas de estar en su casa ni tampoco de codearse con la delincuencia más o menos organizada identificada como «aquellos», olvida sus penas cogiendo unos buenos cogorzones. Como no tiene ni un céntimo consigue pimplar gracias a su relación con un obeso y purulento adolescente que vive en la urbanización: Franco Andrade.

Polo desprecia a Franco, pero lo oculta por la cuenta que le trae. Y Franco encuentra en Polo alguien a quien contar con todo detalle sus fantasías eróticas, más bien pornográficas, con una vecina de lo más guapetona, famosilla, casada y con dos hijos. Ambos, Polo y Franco, son más bestias que arar con los dientes.

En esta suerte de presentación transcurren dos terceras partes de la novela, lo cual, la verdad, se hace un poco tedioso, porque como pronto todo es sabido la sensación de dar vueltas y vueltas es inevitable. Así estamos hasta que, por fin, varias cosas estallan a la vez. La obsesión de Franco, las tentaciones materiales de Polo o saber qué diablos hace en su casa la prima embarazada.

La novela se sigue perfectamente a pesar de un vocabulario tan rico en jergas y mexicanismos que con frecuencia me ha resultado imposible distinguir entre las jergas barriobajeras y las particulares de los dos chavales. Un vocabulario que, en cualquier caso, demuestra cómo las diferentes «versiones populares» de un mismo idioma (es decir, el idioma) se van alejando o enriqueciendo. Que sea una cosa u otra depende de la intensidad del intercambio cultural.

La novela es cruda, directa, violenta, con unos personajes sórdidos que exhiben lo peor de sí mismos. Pero es también una novela, y ese es su gran mérito, con una enorme verosimilitud. El mundo está lleno de animales como Polo y Franco, y Fernanda Melchor nos los muestra en su hábitat natural, que no está tan lejos de cada uno de nosotros como pensamos. De hecho, es relevante que uno sea un pringado y el otro un privilegiado. También lo es la motivación de cada cual: si Polo está animado por la penuria y la sensación de fracaso vital, Franco ha alcanzado ese mismo fracaso desde la opulencia, solo que no se ha dado cuenta porque esas mismas posibilidades económicas lo han alienado.



martes, 25 de noviembre de 2025

Libros que no me importaría que me regalaran

Como algunos otros años por estas fechas, allá van, de entre los libros que he reseñado en los últimos doce meses, algunos que, de no haberlos leído ya, no me importaría que me regalaran en Navidad.

El orden es el cronológico de la reseña.

No están todos los que son, pero son todos los que están.



El jinete polaco

Antonio Muñoz Molina


La península de las casas vacías

David Uclés


La dictadura de la minoría

Steven Levitsky y Daniel Ziblatt


Hermanito

Ibrahima Balde y Amets Arzallus Antia


El primo Basilio

José María Eça de Queiroz


El lugar de un hombre

Ramón J. Sender


Las mentiras de la noche

Gesualdo Bufalino



Cómo viajar con un salmón

Umberto Eco


El verano de Cervantes 

Antonio Muñoz Molina


Estás en mis ojos

Angélica Morales


Andar

Thomas Bernhard


Mi planta de naranja lima

José Mauro de Vasconcelos



Camino de sirga

Jesús Moncada


Tombuctú

Paul Auster


Umberto Eco

Luigi Pirandello
Miguel Delibes
















lunes, 24 de noviembre de 2025

El ángel triste – Carlos Pérez Merinero

 


El protagonista es marca de la casa: un hombre relativamente joven, chiflado, presa de obsesiones, de su falta de escrúpulos y de una vagancia superlativa. El caballero, que no sirve para trabajar, vive de la paga que le pasa su madre, a quien espera ver pronto difunta para heredar y evitar estrecheces. Aunque lo cierto es que el hombre tampoco es que se permita unos lujos tremendos, porque emplea su existencia en desparramarse en el sofá para ver películas en vídeo. Es un cinéfilo enfermizo, dicho lo cual es buen momento para recordar que el autor, antes de su estreno como novelista con personajes estrafalarios, crueles, machistas, vagos, lunáticos y a la vez divertidos por lo hiperbólico de sus planteamientos, había publicado varios libros sobre cine.

El protagonista, cuyo nombre o apenas se menciona o no recuerdo, tiene relaciones con una droguera que antes de meterlo a él en su cama debía de meter a su ahora enfurruñado dependiente. Se trata de una relación más biológica que emocional, porque lo que interesa al buen señor es lo que es.

Su plácida existencia, sin embargo, sufre contratiempos recurrentes: las broncas del matrimonio vecino. ¿Cómo se puede ser tan ruidoso? Así no hay quien vea películas. El caso es que, aunque tras las discusiones terminan bien avenidos, la esposa parece de armas tomar y el marido un calzonazos. Ella, por cierto, está de buen ver. Así que, sin duda, si uno asesina a tan apestoso vecino tendrá una doble recompensa: dejará de escuchar ruidos y la viuda estará contenta y agradecidísima. El tipo de reflexión que se hacen los personajes de Pérez Merinero.

Si lo apiola o no, cómo, y con qué consecuencias, que nunca suelen ser muy buenas para gente tan irreflexiva, lo sabrá quien lea esta novela que fue publicada a comienzos de los 80 y rescatada en 2019 por Ediciones Vernacci. La edición que yo he leído, prestada, ha sido la de Bruguera. ¡Qué catálogo tenía! Tras el planteamiento que acabo de contar, bastante teatrero en el sentido de que todo transcurre en unos mismos escenarios (al igual que en otros libros del autor), el protagonista acaba replantado, y desubicado, por esos mundos. Para no destripar nada, dejo en el limbo por qué y cómo termina este especia de road movie literaria sobrevenida. 

Una novela que disfrutarán quienes conozcan al autor. Igual de ingeniosa que el resto, aunque con un lenguaje no tan brillante en lo bestiajo como en algunas de las anteriores que he leído.


jueves, 20 de noviembre de 2025

Cinco horas con Mario – Miguel Delibes

 


Las cinco horas a que alude el título son las que pasa Carmen velando de noche el cadáver de su marido. Un infarto se lo ha llevado por delante. 49 años tenía el pobrecillo. Delibes abre la novela con la esquela. El lector queda así invitado a las pompas de rigor que rodean, lógicamente, a otro rigor (el mortis), aunque el cadáver, según opinan todos, está de lo más guapetón. El grueso de la novela, salvo un confuso comienzo con el barullo del velatorio previo, está formado por las reflexiones que Carmen, en soledad con el difunto, hace en forma de monólogo o, más bien, de diálogo con Mario en el que solo habla ella y lo hace del modo adecuado para aprovechar eso de que el que calla, otorga.


Dice la introducción de Antonio Vilanova, algo repetitiva, que Delibes (que tiene 46 años cuando hace morir a Mario) destruyó la primera redacción de la novela. En ella Mario era expuesto al lector directamente, era el personaje activo y a un tiempo protagonista y objeto de examen, por lo que quedaba demasiado puro y, por tanto, poco verosímil. Mandar al diablo aquella versión y pasar a verlo a través de su esposa permitió un magistral juego de luces y sombras que dio realismo y profundidad al texto. 

Pero, claro, no bastaba que la visión de Mario fuera externa. El enfoque del observador, por afinidad, enemistad, contraste o lo que sea, condiciona el resultado. Y en este caso concreto Carmen no se despide de su marido cubriéndolo de amorosos recuerdos, sino de una catarata de reproches. Ninguno tremendo, ciertamente, pero tan numerosos y sin eximentes que resultan abrumadores. Ambos eran muy distintos y, en muchos puntos, incompatibles. El monólogo de Carmen es una monumental bronca de Sancho Panza a don Quijote. Con esto ya estoy diciendo quién es quién. Carmen es una mujer que ha echado en falta los detalles materiales y sensuales: tener un 600, más servicio doméstico, un piso más grande para el matrimonio y sus cinco hijos, sentirse deseada en vez de ser aleatoriamente asaltada; mientras que Mario era un hombre idealista, que luchaba más de boquilla de que de facto contra un gigante que unas veces era el capitalismo y otras el franquismo, y en su inútil lucha se olvidaba de sí mismo y de los suyos.

La izquierda se define por defender la igualdad (de oportunidades y de dignidad), el liberalismo por la defensa de la libertad individual (a quien Dios se la dé, san Pedro se la bendiga) y el conservadurismo defiende un mantenimiento del status quo que desemboca en el nacionalismo inmovilista. El régimen de Franco unió a un atroz nacionalismo una violenta defensa del status quo previo a la democracia, promovió el odio hacia el comunismo y cuanto oliera a izquierda (que, a fin de cuestas, cuestionaba ese status quo) y, para acabar de legitimarse entre quienes decía defender, equiparó los valores católicos a los políticos con la complicidad de la Iglesia.

La vida de Mario ha transcurrido en ese contexto desde que a los 23 o 24 años terminó la Guerra Civil (donde combatió con los sublevados y fue, por tanto «ganador»), hasta que muere en marzo de 1966. Su vida adulta (y la de Carmen) ha transcurrido, pues, en lo más duro del franquismo. Tiene unos 30 años en 1946; 40 en 1956, y 49 cuando muere. Carmen tiene tres años menos.

Cuento todo esto porque Mario, catedrático de instituto, es de izquierdas. O todo lo izquierdista que uno puede ser en semejantes circunstancias: no baila el agua a nadie (lo que le ha llevado a protagonizar algunas escenitas) y, cuando tiene ocasión en artículos, libros, conferencias y conversaciones, siempre toma partido por el débil. Nada más, pero suficiente para sufrir represalias como no poder acceder a un piso donde vivir con su esposa y sus cinco hijos o ser vetado para algunas tareas retribuidas. Carmen, en cambio, que procede de una «familia bien» (su padre es «Ilmo. Sr.», nos avisa la esquela) es un producto acabado de un régimen nacido con la excusa de preservar la posición social previa a la democracia: tiene una visión clasista de la sociedad y, por tanto, estanca; está apegada a los valores más tradicionales y rancios, se opone a cualquier cambio, incluidos los del Concilio Vaticano II y, sin ser consciente, defiende un machismo rampante. 

Sin embargo, los primeros momentos de su monólogo parecen una denuncia del machismo. Aunque pronto se ve que no es así: la inicial exhibición de su sumisión no es una denuncia, sino una argucia para ponerse en posición acreedora y reclamar todo aquello a lo que cree tener derecho: el Seat 600, el piso, las atenciones, el tratamiento como persona distinguida, sus apetitos de sensualidad… También se sabe aún hermosa y lo hace valer. No cuestiona su posición en el matrimonio, sino la falta de compromiso de Mario con ella y, en especial, todas las acciones de Mario que a juicio de Carmen han «rebajado el nivel» de la familia al de los peones, los conserjes… Al de los trabajadores manuales. «Los de abajo». «Esa gente».

Hay más diferencias entre los cónyuges: el lector acaba viendo que Mario es un hombre de cierta inteligencia y cultura, mientras Carmen se encarga de tirar por el sumidero de su ignorancia cualquier sospecha similar sobre ella. Las cosas de las que presume demuestran su ínfimo nivel cultural e intelectual: ni ha tenido ocasión de amueblar bien la mollera ni su mollera permite un gran mobiliario. Ninguna de ambas cosas le preocupa si no es para sacar tajada haciéndose la víctima.

Carmen da una y mil vueltas a lo mismo. Diez pasos adelante y nueve hacia atrás, así avanza la novela, con lo que pronto calamos sus obsesiones y las de Mario. Al final todo es tan repetitivo que ya nada sorprende y hasta cansa. Todos los caminos que toma Carmen, inspirada por cualquier idea, incluyendo las bíblicas que inician los capítulos (citas marcadas por Mario, todas con contendido social) conduce a la misma Roma. La novela es un dar vueltas y más vueltas a lo mismo excavando un hoyo cada vez más profundo en el que queda claro que el matrimonio no era precisamente feliz. Mario iba a la suya y Carmen a la que podía, que no era la de Mario. En este largo trayecto en círculos va cambiando la perspectiva de los personajes. Carmen, al hablar, se retrata a sí misma y, por oposición, a su marido. La que durante unas pocas páginas primero parece una mujer reivindicativa con un marido explotador pronto parece una mujer acomodaticia con un marido que también lo es, para acabar siendo una mujer completamente imbuida de los principios más reaccionarios con un marido que lucha contra ellos sin ninguna posibilidad de éxito. Y esta imposibilidad es también, sin duda, una afrenta para la pragmática Carmen. En resumen, ¿cómo respetarse mutuamente si cada uno desprecia los valores del otro?

Delibes, tras tanto girar y girar, ha cumplido su objetivo: retratar dos mundos condenados a convivir. El real de la época y el ansiado por muchos, y cómo se relacionan y condicionan entre sí en el contexto de una dictadura que toma dramático partido por el inmovilismo.

    La visión de la novela probablemente cambie con el tiempo. Lo que he comentado sobre el machismo, por ejemplo, seguramente es percibido ahora con más fuerza que cuando se publicó la novela en 1966. Los estragos de la dictadura tampoco se percibirán igual por quien los vivió que por quien no.

Pero, llegado al punto ya cercano al final donde los reproches de Carmen ya no dan más de sí, cuando ya lo ha dicho todo y cada cosa mil veces, el lector tiene una duda: ¿Por qué Carmen ha dedicado sus últimas horas de intimidad con Mario a reprocharle tantas, tantas y tantas cosas? ¿Por qué? Aún siendo un matrimonio infeliz, con él ahí tieso y frío no es momento de hacer recuento de agravios sino, a lo sumo, de cerrar página. Tiempo hay en estas ocasiones para postergar la reflexión. Entonces, ¿por qué esas prisas por ajustar cuentas? ¿A qué viene en ese momento tan íntimo, el último en soledad, tan larga y amarga lista de reproches?

La respuesta a esa pregunta es la que permite a Delibes dar un final humano a la novela, y también brillante. Carmen, que no es más que una pobre diabla, necesita que Mario se vaya de este mundo con muchas cosas de las que avergonzarse. Muchas. Muchísimas. ¿Por qué? Para en el instante del adiós definitivo compensar una sola, que ella, pobrecilla víctima de sus propios valores, necesita hacerse perdonar. Necesita quedar bien ante su marido y ante sí misma. No quiere tener deudas con el más allá. Y necesita sentir que, pese a todo, ella es lo que dice ser y lo que debe ser.

Así es como vemos que Carmen, al final, no ha estado reflexionando. Ha estado negociando.

Así es como vemos, también, que a ver quién es el guapo que no descansa en paz en el otro mundo, qué remedio, pero que para descansar en paz en este hace falta tener la conciencia tranquila.

Esto significa que Carmen tiene conciencia. Lo cual, a su vez, indica que Carmen tiene valores y cree en ellos. Como sabemos cuáles son, comprendemos que Carmen es, además de viuda, víctima de sí misma. Y esta constatación de alguna manera, más o menos, así o asá, da la razón a Mario en la defensa de sus valores, porque después de toda la batalla queda en posición de superioridad.

    No sé si es aquí donde quiso llegar Delibes, pero aquí lo dejó.


lunes, 17 de noviembre de 2025

Frenar a Silicon Valley – Gary Marcus

 


Gary Marcus (1970), que de niño hizo un programa en un Commodore 64 para traducir del latín al inglés, lo cual le valió una precoz entrada en la universidad (con estudios de postgrado en el MIT) y es actualmente profesor de la Universidad de Nueva York, «es una de las voces más escuchadas en Estados Unidos sobre inteligencia artificial y sus peligros», dijo El País el 12 de noviembre de 2024. Poco antes había participado junto a Sam Altman (OpenAI-ChatGPT) en el subcomité del Senado de Estados Unidos que analizaba los peligros y modos de control de la inteligencia artificial (IA). «Frenar a Silicon Valley» ha sido publicado en Estados Unidos por The MIT Press, editorial académica vinculada al Instituto Tecnológico de Massachusetts.

«Frenar a Silicon Valley» es un libro profundamente esclarecedor para los profanos en esta tecnología disruptiva. Explica qué es la IA generativa, por qué no es confiable para los buenos propósitos (sobre todo en su prematuro estado de desarrollo) pero sí un peligro sin precedentes para los malos, qué inconvenientes tiene y cómo intentar controlarla. Además, denuncia con contundencia el monumental abuso de las pocas compañías punteras, el inmenso poder que están acumulando y la colosal pérdida de soberanía de los estados a manos de un exiguo número de particulares –los propietarios y dirigentes de estas compañías- que no responden ante el electorado (y que, por ejemplo, han decidido sin ningún tipo de control que otros particulares o estados accedan a tecnologías capaces de diseñar armas biológicas, influir en los resultados electorales o estafar a millones de personas). 

El libro, bien estructurado (a pesar de haber sido escrito en tiempo récord) y con capítulos cortos y claros, plagados de ejemplos sencillos pero ilustrativos, puede dividirse en tres partes:

Primera, la conceptual: qué es la inteligencia artificial y cómo se desarrolla, lo cual permite explicar por qué ha de fallar siempre.

Los mecanismos de la IA son conocidos desde hace más de 80 años. Ya en los años 40 y 50 hubo desarrollos. Su reciente explosión ha sido posible debido al vertiginoso aumento de la capacidad de proceso de datos: el big data.

Mientras que la programación tradicional es determinista (el programador establece una regla y el programa ofrece un resultado que siempre cumple la regla) la IA es probabilística: el programador «entrena» un programa mostrándole infinidad de resultados posibles (por ejemplo, «estos mil millones de fotos son de garbanzos y estos treinta mil millones de fotos no»), para que el programa, usando técnicas de predicción estadística posibles gracias a los «modelos de lenguaje extenso», cree una regla para identificar garbanzos en fotografías. Por tanto, esa regla no sigue las instrucciones de un programador, sino que es resultado del «alimento/entrenamiento» recibido. Como el entrenamiento se basa en montañas de datos la completa depuración previa de éstos es imposible y el resultado está siempre abocado a un margen error. Pero así como en la informática tradicional el error es siempre de programación y, a la vista del resultado erróneo, detectable, en la IA la posibilidad de que haya errores se multiplica, porque no hay capacidad para depurar la información de entrenamiento separando la correcta de la incorrecta, y a posteriori, a la vista del resultado, la posibilidad de detectar el origen del error apenas existe. En la actualidad, señala Marcus, los errores de la IA se parchean, no se corrigen, porque ni los diseñadores de la IA saben cuál es el origen de los fallos.

Es decir, la IA no es inteligencia, sino predicción estadística. No hay comprensión, ni razonamiento, ni reflexión. Incluso cuando la IA parece hablar con nosotros nos está ofreciendo las respuestas más previsibles tras analizar los modos de uso del lenguaje, no las más razonables. Y la predicción estadística es probabilística. Es decir, sujeta a error, como bien ignoran todos los que hoy critican tantas cosas hasta situarse en contra de la ciencia.

Segunda, los peligros de la IA.

La IA generativa es una tecnología en pañales, prematuramente lanzada al mercado (en busca de poder y cantidades de dinero inimaginables), lo que contribuye a hacerla aún más peligrosa.

Dando por sentado que la IA es una tecnología capaz de aportar mucho y bueno a la humanidad, en el momento actual hay que preocuparse por sus peligros, dado que la IA no está regulada por gobiernos que deben mirar por el bien común sino en manos de empresas que miran por ampliar su poder y disparar sus cuentas de resultados, lo que las lleva, entre otras cosas, a facilitar las trapacerías de todos tipo de delincuentes e irresponsables y a abusar del resto de la sociedad comenzando por la explotación de cualquier dato sin tener en cuenta ni razones de privacidad ni de propiedad intelectual. La expectativa de ganancias nunca antes vistas, que se cumplirán o no, están detrás del crecimiento del monstruo.

Que la IA es ahora mismo una tecnología usada al servicio del delito, del fin de las democracias y de todo tipo de abusos ofrece pocas dudas, y aún menos las va a haber de modo inmediato.

Además, están los riesgos inherentes a la propia tecnología. A la falta de conciencia sobre sus limitaciones. La programación tradicional permite, por ejemplo, que el programador elimine todo sesgo machista o racista. La IA, sin embargo, apenas puede hacerlo, porque el machismo y el racismo existen, con lo que al alimentarse/entrenarse con lo que hay los sesgos se trasladan a la regla que luego el usuario usa para alcanzar un resultado que será necesariamente sesgado. A esto hay que unir que, como ya he dicho, la IA no es capaz de distinguir la información falsa de la verdadera, por lo que las «alucinaciones» están garantizadas.

Qué eufemístico es este mundo, ¿verdad? Se llama «inteligencia» a la predicción estadística y «alucinación» a la metedura de pata. ¿Por qué? Por razones comerciales y de financiación. Hay que hacer atractivo el producto.

La tercera parte del libro está dedicada a las posibilidades de reacción de la sociedad para defenderse del mal uso y mal funcionamiento de la IA y ponerla a su servicio. El autor se centra en Estados Unidos y un poco en Europa, avisa de que el vaso está vacío o casi vacío y analiza las posibilidades de llenarlo. A estos efectos son significativas, ilustrativas y esperanzadoras las alusiones a la historia de la regulación.

En resumen, un libro claro y ameno para saber algo más sobre lo que se nos viene encima, para intentar que no nos aplaste y para luchar por sus beneficios.


jueves, 13 de noviembre de 2025

Pies de barro - Terry Pratchett

 



Dentro de la saga de Mundodisco hay subsagas, como la de los guardias, a la que pertenece esta novela, la decimonovena del Mundodisco. Así los protagonistas son comandante Vimes, el honesto, eficaz y raro capitán Zanahoria, la policía y mujer loba Angua, Nobby Nobbs, Colom y, también, una enana barbuda llamada Jovial Culopequeño.

Aunque Pratchett ha jugado otras veces con la estructura de la novela negra o de misterio, pocas veces, en las ya más de veinte novelas suyas que he leído, lo hace tan claramente como en esta, hasta el punto de que apenas hay parodia de ninguna realidad social (como no sea de la comprensión o incomprensión del cambio de sexo, a través de la figura Jovial Culopequeño, si bien en la novela no es tal) aunque sí puede tomarse como parodia de la novela negra. De hecho, hay que ver cómo se las ingenian en ese mundo seudomedieval para aplicar técnicas modernas de investigación.

La trama es compleja y brillante, porque reúne recursos interesantes aunque, como siempre, y debido a la rapidez, la evolución de algunas cosas se adivina más que se lee. A un misterio inicial e intrigante (el asesinato de dos ancianos que nada tienen que ver entre sí) se une uno de esos misterios que en las novelas negras tradicionales coquetean con lo sobrenatural y que aquí son naturales porque todo el mundo es raro: qué diablos está pasando con los gólems, considerados cosas y no seres, hechos de barro, gigantescos, incapaces de hablar si no es por escrito, trabajadores infatigables y que solo saben hacer aquello que llevan escrito en un papel bajo la vacía tapa de los inexistentes sesos. Pero ojo, que aún se une algo que además tiene el atractivo de codearse con las altas instancias: lord Vetinari, el patricio de Ankh-Morpork está pachucho. Se diría que está siendo envenenado. Y, para terminar, aún hay un misterio más: el inútil de Nobby Nobbs ha descubierto que es de noble linaje.

Con estas cuatro líneas Pratchett trenza una trama inteligente en la que todo está relacionado: los crímenes, los gólems, la lucha por el poder, en la que entran en juego supuestos derechos dinásticos… Y eso que el lector que viene de antiguo ya sabe que el linaje real, si alguien lo tiene, es el capitán Zanahoria. Todo eso se mezcla, además, con la evolución de las circunstancias personales de los principales protagonistas de esta subsaga: el comandante Vimes y el capitán Zanahoria, cuya relación con Angua… Bueno, quien quiera saber cómo evoluciona, que lea el libro.

Novela buena, muy entretenida, algo por encima del nivel medio de la saga. 


lunes, 10 de noviembre de 2025

Neurociencia del cuerpo - Nazareth Castellanos

 

Leer este libro me ha costado un porrón de meses. Se me ha hecho bola. Lo leí porque alguien con mucho criterio me insistió, asegurándome que era muy interesante, divulgativo., nada que ver con la autoayuda. No sabiendo nada sobre el libro ni su autora (neurocientífica), dije algo así como «pues bueno», y ahora os cuento el resultado.

Que se me haya hecho pesado no tiene que ver con el libro, sino conmigo: quien flipe con los procesos del cuerpo disfrutará como un gorrinillo en un lodazal, pero no es mi caso. ¿Qué le vamos a hacer? Son pocas las cosas que le interesan a cada persona e infinitas las que no. La mollera no da más de sí.

El libro señala que, durante mucho tiempo, a causa de Descartes, la ciencia estableció una separación entre mente y cuerpo que acabó siendo entre cerebro y cuerpo, cosa que no se daba en la antigüedad ni en otras culturas, de modo que cuerpo y sesera se han estudiado durante siglos como cosas separadas. La revolucionaria tesis central del libro, apoyada en estudios recientes, es que todo es lo mismo: músculos, tripas y mollera interactúan y se condicionan mutuamente. Vamos, que «Pienso, luego existo» está muy bien, pero «Me pica el sobaco, luego existo» podría haber adelantado bastante camino a la ciencia.

¿Qué supone la interacción? Pues igual que el cerebro le puede indicar al cuerpo «por aquí», el cuerpo también le puede sugerir rumbos al cerebro. Y como el cuerpo está bastante sometido a la voluntad, las posibilidades de cambiar el modo de funcionar de la mente está en nuestras manos más de lo que pensamos. Si precisamos la mente para trabajar el cuerpo, resulta que también podemos trabajar la mente con el cuerpo.

Saberlo tiene múltiples implicaciones para el bienestar físico y mental. Estar guapos (más bien sanos) por dentro y por fuera. Lo tangible y lo intangible está interrelacionados. Para eso hay que «escuchar al cuerpo», dice Castellanos.

Una vez hecho este planteamiento, la autora dedica el grueso del libro a apoyarlo con explicaciones detalladas de qué son las neuronas, qué diablos hacen y cómo se relacionan y comportan; hace también un examen pormenorizado de diferentes partes del cuerpo (cerebro, corazón, intestinos, pulmones…), del movimiento, de la respiración, de un montón de cosas, y de cómo todo esto se relaciona e interrelaciona.

Una conclusión podría ser que si lees esta reseña respirando agitadamente la impresión que vas a sacar del libro será muy distinta a si la lees respirando hondo, pausada, tranquilamente. El libro es el mismo, pero tu cuerpo (tu respiración) no lo ha sido y, al final, tu cocorota habrá percibido el mundo, el libro, de una manera u otra. ¿Placentera? ¿Odiosa?

Cuidado con cómo has respirado al leer esta reseña. 

También sería bueno, para animarte a leer Neurociencia del cuerpo, que en estos momentos no estés sufriendo una digestión pesada, que estés leyendo esto en una posición cómoda o que no acabes de tener una trifulca con alguien. Aunque, en este último caso, oye, quién sabe, si esta reseña te ha relajado y ahora, sin darte cuenta, estás sonriendo y respirando con más calma, quizá sea el momento de hacer las paces. Quién iba a decirte que había una relación entre esa pelotera y esta reseña y que el nexo estaba en tus pulmones y en los músculos de tu cara que han esbozado una sonrisa, ¿verdad? 


jueves, 6 de noviembre de 2025

El viaje - Luigi Pirandello

 


Esta obra es una maravilla. La demostración de que no son precisas muchas páginas para disfrutar de la más alta literatura. 

    Las que recogen esta obra se leen en media hora o menos, así que el libro es caro si nos atenemos al coste por hora, pero barato si atendemos a cómo conmociona el lector y, no tengo dudas, permanece en su memoria

    «El viaje» es un viaje a la vida con la excusa no de un viaje sino de «el» viaje que realiza la protagonista. Pirandello emplea las primeras páginas en ponernos en antecedentes. Lo que relata, la vida de las mujeres en la Sicilia de la época, sobre todo las que tenían cierta posición, es a un tiempo natural porque la exposición en sencilla, directa y no forzada y estremecedora por lo normalizado y asumido de la barbarie. Las mujeres eran, y estaba asumido, una especie de presidiarias que no saben que lo son. Pirandello lo expone sin aspavientos ni circunloquios, con lo que consigue centrar la atención en una sola cosa y crear sensaciones puras que, de puro ásperas, noquean al lector.

    ¿Cuál es el argumento? Adriana quedó viuda a los 22 años. Trece después sigue presa del pasado y eso que su cuñado, el hombre con mando en plaza, es bueno y atento. Tanto que, cuando inesperadamente llega un motivo para hacerlo, no duda en romper el encarcelamiento de Adriana. Ahí surge el viaje. O, mejor dicho, los viajes. Porque una cosa es desplazarse de un lugar a otros y algo muy distinto es dónde empieza y dónde termina el espíritu. Y es que los viajes del espíritu nunca son de ida y vuelta.


lunes, 3 de noviembre de 2025

El hombre de la rosa - Umberto Eco

 


Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus.


Sin saberlo, he vuelto a leer esta novela, muchos años después, para intentar, sin éxito, desmentir su final.

Umberto Eco (1932-2016), uno de los más lúcidos pensadores europeos del siglo XX y comienzos del XXI, publicó su primera novela en 1980. «El nombre de la rosa». Su mayúsculo éxito desató una enloquecida moda por la novela histórica que, con altibajos, aún dura, y de la que han comido a dos carrillos y siguen engordando autores que encontraron la celebridad en este género.

A mí, en cambio, «El nombre de la rosa» me alejó de la novela histórica como una buena coz en salva sea la parte, porque es una obra tan buena que las pocas que leí después me parecieron escritas por el más tonto y torpe del lugar. Me produjeron el efecto de engendros paridos a base unir retales deslavazados de conocimientos recolectados a la buena de Dios en libros apenas seleccionados. Monstruítos del doctor Frankenstein que, a pesar de ir dando tumbos por la historia, eran presentados sin rubor por autores y editoriales como guapetones mozos del panorama literario.

Es lo que tiene el éxito, que los imitadores son una plaga. Levantabas una piedra y salían veinte escritores de novela histórica, como más tarde ha sucedido con la negra.

    Y es que, aunque los imitadores tenían la ruta bien marcada fueron incapaces de estar a la altura del guía: «El nombre de la rosa» aunó desde el primer momento el triunfo comercial con el prestigio literario, porque cuando la poción mágica incluye conocimientos profundos, profundísimos, eruditos y capacidad de comunicación…

Los conocimientos de Eco, que espolvorea con generosidad en cada página, abruman a cualquier lector por su cantidad y por la naturalidad con que los trae a colación; pero no por su complejidad, porque ahí está la habilidad del autor para hacerlos entender sin que el lector se sienta un zoquete. Eco respeta al lector y es capaz de darle a entender sin explicarle. No informa al lector de tal o cual aspecto, como tantos malos escritores del género se empeñan en hacer; simplemente, le deja ver y escuchar a los personajes, consciente de que la inteligencia y curiosidad del lector le ayudan a saber y a comprender y, al hacerlo, a integrarse en la historia.

Toda novela histórica contiene una historia con trasfondo histórico. La progrullada viene a cuento porque Eco hizo algo más: logró enlazar esa pequeña historia de los personajes con el momento histórico y ambas cosas con la Historia. Y esta, como apuntaré, con el presente y con cualquier momento del pasado, y yo diría que hasta del futuro. 

Unamos a todo lo dicho buenas dosis de misterio (la biblioteca), los ganchos de la novela negra, de la novela de acción o aventuras, la presencia latente del sexo, incluido un tema, la homosexualidad, en 1980 más rompedor que ahora, y el siempre morboso mundillo de los lugares prohibidos, como los conventos, y el resultado es una novela que leí hace chorrocientos años y a la que varias décadas después he vuelto para disfrutarla aún más gracias a que durante este lapso he conseguido (por viejo, no por diablo) amueblar un pelín mejor la cocorota.

La trama superficial, vamos a llamarla así, es sobradamente conocida: a principios del siglo XIV un franciscano, Guillermo de Baskerville (apellido que hizo célebre Sherlock Holmes gracias a su sabueso, un tipo de chucho, como Guillermo, muy avispado a la hora de seguir rastros) llega a una impresionante abadía situada en lo alto de un monte. En realidad, el recinto incluye la abadía en sí misma, una imponente fortaleza, caballerizas, cochiqueras, huertos y todo lo necesario para que vivan y trabajen los monjes y el populacho a su servicio. Es una abadía de prestigio debido a la inmensidad de su célebre biblioteca, que es también misteriosa pues solo el bibliotecario y su ayudante pueden acceder a ella vaya usted a saber por qué. Bueno, sí, porque hay conocimientos peligrosos. Pero, ¿cuáles serán? Guillermo va a acompañado de un novicio benedictino: Adso de Melk, que es quien, ya anciano, cuenta la historia (la cual, a su vez, fue descubierta y ofrecida al lector por un narrador inicial que pronto desaparece, al estilo, más o menos, del Quijote). Aparentemente, es una «novela negra» en la que Guillermo y Adso acaban desentrañando qué hay detrás de la misteriosa muerte de varios monjes. Hasta aquí, la historia pequeña.

La historia del momento es agitada y se mezcla con la anterior: el Papa, Juan XXII, segundo papa de Avignon, está enfrentado al ganador de la disputa por el trono del Sacro Imperio Romano Germánico (Luis IV de Baviera). Ambos se cruzan acusaciones de herejía y Luis, además, ocupó Roma coronándose emperador en San Pedro, deponiendo al Papa (el cual a su vez excomulgó al pueblo romano) y nombrando un «antipapa» que en solo dos años se sometió a Juan XXII. Entretanto, Luis tuvo que salir pitando de Roma ante la sublevación del pueblo. Entre las tortas cruzadas figuran unas cuantas, abundantes, en el culo de los franciscanos, con la excusa de la polémica en torno a la pobreza de Jesucristo que los inspiraba y a ciertas derivas radicalizadas y consideradas heréticas surgidas en torno a ellos; además, las teorías franciscanas dejaban en mal lugar, por oposición, la acumulación de poder y riquezas del papado. En la novela, Guillermo de Baskerville, franciscano que por serlo es de plena confianza para los suyos y al que el papado da algún crédito porque ha sido inquisidor (inquisidor razonable, dicho sea de paso), acude a la abadía para intermediar/ayudar/averquépuedohacer en el encuentro entre representantes del Papa y de los franciscanos, que en ese contexto es casi tanto como decir del emperador, al que el Papa acusa de protegerlos aunque más bien lo que hace es utilizarlos. Otras figuras históricas como Guillermo de Ockham, Michelle de Cesena y algunos más pululan por las páginas, unos por su propio pie y otros por referencias.

¿Y cómo enlaza este fragmento de la historia con la Historia? A través del debate sobre la pobreza de Cristo, que es el debate universal e intemporal en torno al poder. A la diferencia entre tener y no tener. A cuáles son los valores que rigen la conducta humana por contraposición a cuáles la deberían regir. La Historia es la perpetua lucha entre quienes quieren ser poderosos a costa de quienes no tienen ninguna posibilidad de serlo. Y también la eterna lucha individual entre el ser animal y el ser espiritual. Esto entronca, como podrá comprobar cualquier lector, incluso con las disquisiciones teóricas actuales entre izquierda y derecha, sobre la legitimidad del poder, sobre la libertad, sobre la legitimidad de cada modo de enfrentarse al poder, sobre mil cosas. 

Pero aún hay más: las reflexiones en torno al humor, a la risa, que acaban siendo un elemento crucial en la novela entronca «El nombre de la rosa» con la concepción cervantina del humor. El humor como mecanismo de defensa que nos permite, si somos capaces de mantenerlo, capear el miedo. Y, sin miedo, nos sentimos libres. Sin miedo, hasta no nos importa no ser eternos. Sobre este tema he publicado varios artículos en este blog y he filosofado en algunas entrevistas. El humor es una filosofía de vida… muy complicada de aplicar en los momentos más difíciles. También de esto trata la novela. De cómo ser y sentirnos libres en medio de tanta cadena.

En resumen, el lector más superficial se encuentra con una interesantísima historia de intriga; el más apegado a la historia puede añadir un buen repaso a un periodo convulso allá por el año 1327; al más abierto toda esta obra le servirá también para mirar con ojos lúcidos el presente; aún habrá quien, dando un paso más allá, disfrute como un gorrinillo en una charca con la erudición y los latinajos que espolvorean el libro, de los cuales, por cierto, esta edición no ofrece traducción, lo cual me parece bastante mal; y todavía habrá quien sea capaz de encontrar una filosofía de vida.

El final de la novela es excelente en el cierre de todos los frentes abiertos, aunque, por desgracia por la confusión que en la memoria produce el paso de tiempo, fue corrompido por la versión cinematográfica, también de mucho éxito. En la película puede interpretarse que la frase final recuerda el amor del ya anciano Adso de Melk. El amor que pudo ser y no fue. O, mejor aún, que la frase es un canto al amor de alguien enamorado del amor. Pero no. Nada que ver. Eso fue una concesión mercantil al final feliz. En el libro, aunque sin decir que cambiaba «Roma» por «rosa», Umberto Eco, para terminar este mayúsculo novelón, hizo a Adso parafrasear un verso de Bernando Morliacense, monje benedictino del siglo XII. La conclusión del anciano Adso, tras todo lo que primero ha ocurrido y narrado y ahora está ya disuelto en el pasado, bien puede suscribirla cualquier historiador, como también lo fue Eco: «Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus».

Tiene razón. Pero yo, por intentar quitársela, me he reencontrado con la rosa muchos años más tarde, aunque ahora, cuando de nuevo ya no la tengo entre las manos, solo me quede, de nuevo, su recuerdo. ¿Y qué es un recuerdo más que una sensación a la que evocamos con un nombre? El nombre de esta rosa es «El nombre de la rosa».