lunes, 9 de junio de 2025

El cochecito - Rafael Azcona

 


El protagonista de El cochecito es un jubilado invisible y casi inaudible para su familia, incluyendo el hijo que de él ha heredado la procuraduría que solo da para vivir sin ningún lujo en el Madrid de comienzos de la segunda mitad del siglo XX.

Don Anselmo, que así se llama el hombre, no tiene demasiadas cosas que hacer, además de apartarse para no estorbar. Para colmo, uno de sus amigos, parapléjico, se compra una silla de ruedas motorizada. Un cochecito.

    El artilugio permite a su dueño y a otros tantos amigos en su situación ir y venir con total libertad a lugares inalcanzables para quien, aun fresco como una lechuga, solo puede desplazarse o a pie o en autobús. Que el limitado sea precisamente quien tiene buena salud es un primer contraste notable con las ideas preconcebidas de todo lector; que además los parapléjicos correteen por las carreteras en plan suicida para celebrar su ampliada libertad, también. Pero el caso es que en ese contexto don Anselmo es el bicho raro, el que no puede desplazarse, el que llega solo, tarde y mal en transporte público o a pie. Y cuando alcanza el destino la fiesta siempre ha terminado y vuelve a quedarse solo para regresar. Queda así marginado, aislado… Y más aburrido que una ostra.

    Y el aburrimiento es un peligro inmenso. Uno de los peores a que ha de hacer frente la Humanidad, porque la ociosidad alumbra bastantes disparates. El que se le ocurre a don Anselmo es comprarse un cochecito. Es decir, convertirse, fuera de casa, en un parapléjico de facto. Solo así podrá seguir el ritmo de sus amigos y compartir actividades y parrandas. El problema es que ni tiene dinero para comprar el bólido ni la excusa de la salud para pedirle la pasta a su hijo.

Así que lo que hace el hombre es tantear el terreno, lo cual introduce en la novela a un vendedor de esos artilugios, un tipo dispuesto a engatusar a los peces para venderles un paraguas, una caricatura del charlatán. El problema es que, a través, de él, don Anselmo, sin darse cuenta, da un paso más allá hacia la consumación su extravagante idea, un paso que lo conduce a los pies de la tentación.

Y resistir la tentación cuando la tienes a todas horas delante… 

Quien lea El cochechito comprobará la habilidad de Rafael Azcona para, con muy poco, crear una historia redonda a un tiempo divertida y tierna; y tan estrafalaria que mueve a la piedad hacia los personajes.

Tan estrafalaria, en realidad, como las otras dos que integran este volumen titulado, precisamente, Estrafalario. Ambas están también reseñadas en este blog: El pisito, que he leído dos veces (y probablemente leeré tres) y reseñé hace ya años y Los muertos no se tocan, nene, que publiqué hace pocas semanas.


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