Uno se define por sus afinidades y, sobre todo, por los enemigos que elige. Enfrentarte a un pelagatos hace otro de ti. Así que, hablando de escritores, el inteligente, y Javier Marías lo fue, prefiere mezclarse con quienes, más o menos conocidos, han dejado huella en la historia de la literatura. Los muertos, además, no replican. Y ofrecen otra ventaja no menor: cuando un imbécil se codea a iniciativa propia con los Cervantes de la historia solo es capaz de resaltar sus propias limitaciones, pero cuando lo hace alguien como Marías, inteligente y culto, encuentra los más ilustres apoyos para hacer brillar sus cualidades.
Primera conclusión: seas listo o tonto, al pelagatos marrullero dedícale solo silencio. Segunda: el mundo agradecerá que olvides a los pelagatos y te relaciones con los grandes, sea para elogiarlos o censurarlos, porque así podrá calarte más rápidamente tanto si eres idiota perdido como persona de talento.
Cierto es, no obstante, que entre los egregios protagonistas de este libro los hay más y menos conocidos.
Dijo Javier Marías en el prólogo que estas breves semblanzas están contadas «con afecto y guasa», y es cierto, pero esto implica reconocer un trato de igual a igual y, por tanto, una elevada opinión de sí mismo. Lo menciono porque esta es la perspectiva que va a encontrar el lector. De hecho, como también señala Marías en ese mismo prólogo, estas pequeñas historias son cualquier cosa menos biografías; son anécdotas, o análisis desde el enfoque que, por lo que sea, le ha llamado la atención; es decir, da a los retratados el trato que se dispensa a los iguales: cuando hablamos de un amigo o un conocido al que no ponemos por encima de nosotros antes contamos lo que resaltamos de él que su biografía; y esta ocasión en lo resaltado priman las rarezas sobre las virtudes. Todo esto no sé si dice mucho o poco de Marías, pero sí permite un tono confianzudo con el lector, que tiene la impresión de estar charlando o cotorreando con él sobre Faulkner, Henry James, Conan Doyle… Confiesa Marías que el afecto solo ha fallado en el caso de Joyce, Thomas Mann y Mishima, lo cual se nota especialmente en los dos últimos casos.
Al tono confianzudo contribuye que cada personaje, por lo de él retratado, está más cerca de lo desastroso que de lo sublime. Manías, anécdotas, pasos en falso, ridículos, fracasos, obsesiones, miradas al propio ombligo… Todo esto vamos a encontrar aquí. Cosillas, por cierto, que igualan a las lumbreras con los simples mortales que todos somos. Cosillas, también, que al romper lo solemne de la celebridad abren la puerta al tono cómico.
De este modo Marías se iguala a los retratados, para, todos de la mano, descender hasta la posición del lector e igualarse a él.
Así que todos iguales y todos contentos.
Un libro muy ameno, escrito con gracia y elegancia, que se lee rapidísimo gracias, también, a la brevedad de las reseñas: nunca más de cuatro o cinco páginas. Esta edición incluye fotografías seleccionadas por Marías para abrir cada capítulo, y una especie de apéndice fotográfico seguido de comentarios que son una delicia por la caprichosa agudeza con que interpreta los detalles.