lunes, 28 de abril de 2025

Vidas escritas – Javier Marías

 


Uno se define por sus afinidades y, sobre todo, por los enemigos que elige. Enfrentarte a un pelagatos hace otro de ti. Así que, hablando de escritores, el inteligente, y Javier Marías lo fue, prefiere mezclarse con quienes, más o menos conocidos, han dejado huella en la historia de la literatura. Los muertos, además, no replican. Y ofrecen otra ventaja no menor: cuando un imbécil se codea a iniciativa propia con los Cervantes de la historia solo es capaz de resaltar sus propias limitaciones, pero cuando lo hace alguien como Marías, inteligente y culto, encuentra los más ilustres apoyos para hacer brillar sus cualidades.

Primera conclusión: seas listo o tonto, al pelagatos marrullero dedícale solo silencio. Segunda: el mundo agradecerá que olvides a los pelagatos y te relaciones con los grandes, sea para elogiarlos o censurarlos, porque así podrá calarte más rápidamente tanto si eres idiota perdido como persona de talento.

Cierto es, no obstante, que entre los egregios protagonistas de este libro los hay más y menos conocidos. 

    Dijo Javier Marías en el prólogo que estas breves semblanzas están contadas «con afecto y guasa», y es cierto, pero esto implica reconocer un trato de igual a igual y, por tanto, una elevada opinión de sí mismo. Lo menciono porque esta es la perspectiva que va a encontrar el lector. De hecho, como también señala Marías en ese mismo prólogo, estas pequeñas historias son cualquier cosa menos biografías; son anécdotas, o análisis desde el enfoque que, por lo que sea, le ha llamado la atención; es decir, da a los retratados el trato que se dispensa a los iguales: cuando hablamos de un amigo o un conocido al que no ponemos por encima de nosotros antes contamos lo que resaltamos de él que su biografía; y esta ocasión en lo resaltado priman las rarezas sobre las virtudes. Todo esto no sé si dice mucho o poco de Marías, pero sí permite un tono confianzudo con el lector, que tiene la impresión de estar charlando o cotorreando con él sobre Faulkner, Henry James, Conan Doyle… Confiesa Marías que el afecto solo ha fallado en el caso de Joyce, Thomas Mann y Mishima, lo cual se nota especialmente en los dos últimos casos.

Al tono confianzudo contribuye que cada personaje, por lo de él retratado, está más cerca de lo desastroso que de lo sublime. Manías, anécdotas, pasos en falso, ridículos, fracasos, obsesiones, miradas al propio ombligo… Todo esto vamos a encontrar aquí. Cosillas, por cierto, que igualan a las lumbreras con los simples mortales que todos somos. Cosillas, también, que al romper lo solemne de la celebridad abren la puerta al tono cómico.

De este modo Marías se iguala a los retratados, para, todos de la mano, descender hasta la posición del lector e igualarse a él.

Así que todos iguales y todos contentos.

Un libro muy ameno, escrito con gracia y elegancia, que se lee rapidísimo gracias, también, a la brevedad de las reseñas: nunca más de cuatro o cinco páginas. Esta edición incluye fotografías seleccionadas por Marías para abrir cada capítulo, y una especie de apéndice fotográfico seguido de comentarios que son una delicia por la caprichosa agudeza con que interpreta los detalles.


jueves, 24 de abril de 2025

Primero estaba el mar – Tomás González

 

Solo las referencias tecnológicas permiten situar temporalmente una historia que podría transcurrir en cualquier época. La obra está inspirada en la (mala) suerte de Juan Emiliano, hermano mayor del autor, que murió asesinado en 1977 en su finca de Titumate, en la costa colombiana más cercana al este de Panamá. Tomás González, nacido en Medellín en 1950, publicó esta breve novela en 1983.

Primero estaba el mar comienza cuando J., el protagonista, y su mujer, Elena, llegan a una pequeña isla en el golfo de Urabá (cuya costa oeste es la de Titumate, aunque las referencias para los protagonistas son las de la costa este) para hacerse cargo de la hacienda que han comprado en ella. Su objetivo es vivir plácidamente. Vivir mirando al mar. Leyendo, tomando el sol, bebiendo unas copitas… Olvidar el pasado más o menos turbulento en la ciudad y cambiar de vida. El propósito queda claro cuando se menciona la parte del equipaje más importante de J.: los libros. Eso sí, se deja traslucir hasta resultar evidente que la idea del cambio de vida fue de J.

Ocurre, sin embargo, que la habitabilidad de la casa es manifiestamente mejorable, que la climatología no hace el panorama tan idílico como imaginaban y, sobre todo, que la explotación de la hacienda, que no había de ser más que un pasatiempo, pasa a tener una importancia capital cuando se esfuma una parte relevante del patrimonio con el que contaban. Una situación complicada, porque como propietarios forman parte del reducidísimo censo de capitalistas de la isla, y de tales quieren ejercer, sobre todo Elena, que no lleva demasiado bien mezclarse con la chusma; pero son unos capitalistas muy achuchados por la necesidad de comer y sometidos a las carestías de todo tipo, en especial de personal, que hay en la isla.

¿Y qué ocurre entonces? ¿Será bueno el dicho de que cuando la pobreza entra por la puerta el amor salta por la ventana?

Pues sí, claro. Si el proyecto más o menos común no convencía a ambos por igual, las ganas y las fuerzas para remediar los sinsabores difícilmente pueden ser las mismas. Es así como la distancia entre la pareja crece al tiempo que se hilan precariamente las relaciones con la población de la isla; unas relaciones desiguales porque, paradójicamente, el propietario es quien más ahogado está y, para colmo, cuenta en su contra con su propia supina ignorancia en materia económica y con el osado monopolio de mano de obra de quienes, por más desarrapados que sean, se saben imprescindibles y carentes de todo vínculo emocional con esa pareja de extraños.

E igual que el amor salta por la ventana pueden hacerlo también las lealtades, porque toda lealtad ha de empezar por uno mismo y dejarse embarcar hacia el naufragio tiene más de estupidez que de lealtad. Y si esto es así para el honesto, ni que decir tiene que aquellos otros que en nada valoran la lealtad campan a sus anchas (y, si no son muy espabilados, a veces incluso en contra de sus propios intereses).

¿Y qué ocurre cuando todo comienza a ir entre mal, muy mal y desesperantemente mal? Que mucha gente se agarra, grave error, a lo primero que encuentra.

Primero estaba el mar es una breve, lúcida, dura y contundente obra sobre cómo afrontar la vida. No es difícil extraer de ella lecciones importantes. Una gran novela para leer y releer.


lunes, 21 de abril de 2025

El lugar de un hombre – Ramón J. Sender

 


Todo ser humano tiene un lugar en el mundo, parece sugerir el título, y abandonarlo puede generar una hecatombe, como en el famoso dicho del aleteo de las mariposas. Aunque también puede interpretarse que el lugar de cada cual es el preciso para hacer frente a sus responsabilidades. O para hacer valer la verdad. O…

O para lo que crea quien lea esta magnífica obra.

El libro comienza con un largo y profundo prólogo de Donatella Pini que más parece dirigido a estudiosos que a lectores. Un prólogo un tanto árido (o será que me podía la impaciencia por llegar a Sender) y rebuscado en lo conceptual.

    Quizá por contraste con él la novela emerge luego con una prosa clara, directa, diáfana, luminosa a pesar de lo oscuro de la historia. Una gozada.

    Concluye la edición con algunos artículos y reportajes publicados por Sender en El Sol, con ocasión de su labor periodística en el llamado «crimen de Cuenca». El último artículo, unos años después, publicado no recuerdo dónde pero ya en democracia, durante la República, es especialmente clarificador respecto al por qué de los anteriores y, de rebote, también de la novela, que vio por primera vez la luz a finales de los años 30 del siglo XX.

    Tan clarificador es ese último artículo que comenzaré por él, señalando lo que omitían los artículos en El Sol debido, según palabras de Sender, a la censura de la dictadura de Primo de Rivera. ¿Qué no mencionaban? Las torturas de la Guardia Civil. Probablemente baste esto para justificar la novela, que las detalla, sin recrearse, de modo que todo lo demás resulta comprensible. Es la pieza que faltaba en la información periodística para acabar de comprender el famoso crimen de Cuenca, en el que se inspira la novela, si bien en ella la acción ha sido trasplantada a Aragón, con lugares reconocibles y lugares construidos con retazos de otros. O, al menos, la tortura es la pieza fundamental, pero Sender añade otra que por sí sola también justifica la novela: la influencia en los hechos de las componendas políticas. 

    ¿En qué consistió el «crimen de Cuenca»? En que un pastor de Tresjuncos, llamado José María Grimaldos, un buen día de 1910 desapareció sin dejar rastro tras vender unas ovejas. Su familia denunció la desaparición y dos campesinos de la zona, León y Gregorio, fueron acusados de haberlo asesinado para quedarse con el dinero. Aunque en un primer momento la causa se sobreseyó por falta de pruebas, en 1913 un nuevo juez reabrió el caso, y ambos fueron condenados a penas de prisión tras confesar... tras las espeluznantes torturas a que los sometió la Guardia Civil. Tras más de doce años de cárcel fueron indultados, pero no rehabilitados socialmente. Medio año después, ya en 1926, reapareció Grimaldos tan campante. El muerto afirmó haberse ido por su propia voluntad y por una contundente razón, ejem: le había dado un barrunto. Tal cual. Tras la completa identificación de Grimaldos vino la rectificación y la rehabilitación de sus dos «asesinos». Lo de «rectificación» es un decir. El «error» judicial nunca hubiera sido tal, y por eso lo entrecomillo, de no haber sido por las torturas de la Guardia Civil. Los verdaderos criminales, los que torturaron, pues no hubo otro crimen, se fueron de rositas. Pero estas torturas habían sido las determinantes de desastre. Y tan complicado es siempre denunciar el abuso de poder que incluso ya en 1979, ¡más de medio siglo después y con la Constitución aprobada!, se prohibió la exhibición de la película de Pilar Miró sobre este crimen. No se pudo proyectar hasta 1981.

    No tan claro queda en la información periodística elaborada por Sender, pero sí en la novela, el papel de la política local, caciquil, o cómo la conveniencia de señalar como asesinos a los del pueblo que votaba liberal o de instrumentalizar la «resurrección» pudo influir en el devenir de los hechos.

    Tras contar todo esto supongo que queda claro que el valor de esta novela va mucho más allá del meramente literario.

    Pero el literario también lo tiene, por supuesto. Leerla es una delicia. Ideas claras, exposición concisa, ordenada, bien estructurada, sin paja, con un lenguaje rico y con numerosos localismos, sin que el autor tome partido por nada distinto a los hechos.

    Una gran novela que hace mejor al lector.


martes, 15 de abril de 2025

Por qué escribí «El hombre que enseñaba a leer»

 


    Con la excepción de un librito de ficción al año, el Instituto de Estudios Altoaragoneses (IEA) solo hace publicación científica. El librito, dentro de la colección «Letras del año nuevo», sirve para felicitar el año y también se pone a la venta.

    En este complicado 2025 el título ha sido «El hombre que enseñaba a leer», y, con ilustraciones de David Adiego, el autor c´est moi.

    Solo me pusieron una condición para disfrutar del honor de participar en esta ya larga colección: la obra debía ser breve. La temática, en cambio, era libre, totalmente libre me advirtieron los muy insensatos. Hacía falta osadía, ¿eh?, porque dar rienda suelta a un tipo con títulos como «La terrible historia de los vibradores asesinos»«La sota de bastos jugando al béisbol» o «La detención de los Reyes Magos» podía provocar que una institución tan seria como el IEA felicitara el año nuevo con cualquier estropicio. Hasta con los Reyes Magos recién condenados.

    Que hice uso de la libertad lo demuestran las opciones que barajé: alguna corta aventura de Ajonio Trepileto; otra de un antepasado suyo; la historia, basada en hechos reales, de un caradura que intenta camelar a un alcalde para llevarse un dinerillo a cambio de humo… Pero ninguna de ellas me convenció. O, al menos, no para esta ocasión. Sí lo hizo «El hombre que enseñaba a leer». Estas son las razones:

    Dado que el IEA tiene un papel relevante en el mundo cultural aragonés y buena parte de su actividad se traduce en publicaciones, consideré oportuno que los libros ocuparan un hueco en la historia. Sin pretender, eso sí, escribir algo tan manoseado como un libro sobre el mundo editorial.

    Por otra parte, en el permanente y complejo proceso de amueblarnos la mollera los papeles más importantes están reservados a profesores, investigadores, pedagogos… A todos quienes hacen posible que funcione un colegio y que haya algo que contar en él. Siempre me he sentido en deuda con esta invisible multitud. Don Celso, el maestro de escuela nonagenario al que otro personaje, Rafael, agradece haberle enseñado a leer, me permitía homenajearles.

    Como además la extensión debía ser reducida, aproveché para recordar que no hacen falta muchas páginas para disfrutar de la gran literatura. Nunca he entendido que la brevedad vaya en mengua del prestigio. Para mí es exactamente al revés. ¡Viva lo pequeño! Lo digo por las novelas de Kafka, Steinbeck o Hemingway que Rafael se lleva en el bolsillo para leer en los descansos de sus caminatas.

    Anclar todo esto a la actualidad me lo permitió Irene Vallejo. Su «Manifiesto por la lectura» (también una obra corta) es el detonante de lo que sucede a los protagonistas. Desde hace cinco años no me resulta posible hablar de la importancia de la lectura sin pensar en ella, que en esta pequeña historia tiene colaboradores insignes: Albert Camus y el ayer fallecido Mario Vargas Llosa también ensalzaron la importancia de saber y poder leer, y además lo hicieron en el instante de mayor reconocimiento a su trayectoria y obra.

    Desde finales de un mes de diciembre (me apeteció que un libro con las características de este transcurriera en esas fechas) los recuerdos de los personajes se expanden a lo largo los inviernos, primaveras, veranos y otoños de toda su vida, disfrutada y sufrida en Santa Clara, la ficticia localidad donde transcurre «La detención de los Reyes Magos» y alguna otra historia que tengo escrita desde hace años.

    Hasta aquí razones y guiños, todos más o menos literarios o relacionados con los partícipes en esta obra.

    Pero ya he dicho que «El hombre que enseñaba a leer» no es relato sobre libros, porque, ¡ay!, la letra impresa no es la vida, aunque lo parezca porque se construye con idénticos mimbres: recuerdos, miedos y anhelos. Por eso en torno a don Celso y Rafael debía ocurrir algo. ¿El qué? Pues eso: la vida.

    Es decir, amor, ilusiones, decepciones, ambiciones, temores, esperanzas…

    Aunque… ¿El alma de emociones y sentimientos no es la ficción? ¿O no es ficción cuanto imaginamos, tememos, esperamos o deseamos y aún no ha llegado o no ha de llegar nunca? Lo opuesto a la certeza es la duda, y la duda la construye la imaginación. Y como en el mañana, o en el minuto próximo, que es donde a menudo fijamos la atención, no puede haber certezas...

    Así que la vida, al final, tiene mucho de ficción.

    Como las novelas.

    Así que igual lo que he afirmado antes está equivocado y vida y literatura no solo se parecen.

    Y este es un buen motivo para que, leamos o no, reivindiquemos la imaginación.

    Porque vivimos en ella.

    Y porque, por eso, leer es vivir.


lunes, 14 de abril de 2025

El sol y las otras estrellas - Raquel Lanseros

 


Como no soy lector habitual de poesía no me atrevo a detallar una opinión sobre este breve libro, más allá de decir que me ha gustado mucho, sobre todo los poemas con los que, por motivos personales, más identificado me he sentido. Hay algunos verdaderamente hermosos.

El sol y las otras estrellas puede leerse en un pis pas, pero yo lo hice a lo largo de varios días, en dosis de uno, dos, tres poemas a lo sumo, que leía y releía más de una vez, unas veces para recrearme y otras para intentar saber a qué se refería la autora, que ya se sabe que lo que llevan los poetas en la cabeza no siempre es diáfano, y si no logras averiguarlo no entiendes lo que ha puesto en el papel ni puedes, por tanto, apreciar el resultado. Leer poesía, al menos para mí, es un trabajo arduo: a menudo requiere, por este orden, lecturas de expedición, lecturas de investigación, lecturas de comprensión y, finalmente, de deleite. La lectura dosificada facilita este proceso y hace más sabrosa la degustación.



viernes, 11 de abril de 2025

Mil artículos, mil gracias

 



    El 7 de mayo de 2011 publiqué mi primer artículo en este blog.

Hoy, 11 de abril de 2025, este hace el número mil.

Entonces me disponía a publicar mi primera novela, «La terrible historia de los vibradores asesinos», y en un alarde de, ejem, sabiduría, ejem, ejem, pensé que si un blog sobre parajillos atraía ornitólogos, uno sobre literatura atraería lectores. Como, además, solía reseñar para consumo propio mis lecturas, la parte ardua de mantener un blog no iba a ser tal. Pensé también (a lo vista de los resultados, con menos sabiduría) que quizá alguno los «ornitólogos» que llegaran en busca de libros más conocidos que mis obras maestras repararía en que, a la derecha, una columna anunciaba la existencia de una novelita de humor de título algo raro. Catorce años después espero y deseo que además reparen también en las otras tres.

Es decir, a diferencia de Francisco Umbral yo no vine aquí a hablar de mi libro, sino de los libros de otros…. Pero para que alguien acabara hablando de los míos.

¡Hay que ver qué difícil es dar a conocer un libro y qué constancia he tenido!

Pero también es verdad que este blog pronto se convirtió en un vicio independiente de dar a conocer a Ajonio Trepileto, y luego a ciertos desventurados Reyes Magos y al hombre que enseñaba a leer. Tener aquí, siempre accesibles, mis recuerdos y opiniones sobre Andrea Camilleri, Eduardo Mendoza, Terry Pratchett, Jardiel Poncela, Tom Sharpe, Delibes, Lemaitre y un montón de lecturas y autores de multitud de géneros, países y épocas, es un lujo útil. Y al compartir estas entradas en las redes he conocido lectores con quienes he pasado muy buenos ratos. A bastantes de ellos he llegado a apreciarlos personalmente, y son muchos los que me han descubierto impagables lecturas. Y, por cierto, como pretende también todo bloguero literario, he conseguido dar a conocer algún buen libro a otros lectores, lo cual es una satisfacción tremenda.

¿Y por qué cuento todo esto?

Pues para dar las gracias a todos los que han pasado y pasáis por aquí.

¡Incluso aunque no hayáis leído mis novelas!

        ¡Gracias!

        O, mejor dicho: ¡MIL GRACIAS!

               

 


jueves, 10 de abril de 2025

La paciente silenciosa – Alex Michaelides

 


«Probablemente el final más inesperado de la historia», miente la faja, porque el caso es que a medio libro ya sabía yo (y supongo que cualquiera) quién es el malo de esta película, aunque, lógicamente, no resulte posible hilar lo bastante fino como para saber cómo discurrieron las cosas y por qué sucedieron así. Es decir, que inesperado, inesperado, lo que se dice inesperado, el final no lo es mucho.

De ahí que, aunque en la faja todo libro es lo mejor porque sí o por boca de escritores o críticos mercenarios, me sorprenda el «Premio de los lectores de Goodreads», que no sabía que existía y que ahora dudo de si será manipulable, porque decir que La paciente silenciosa es la mejor lectura en lo que sea, es un exceso manifiesto.

Es entretenido, eso sí. Y un poco original como consecuencia de lo raricos que son los personajes y el escenario en que se mueven: un hospital psiquiátrico con sus tortuosos procesos mentales a cuestas. Pero sobre todo son raros los dos protagonistas. El resto de personajes son secundarios que pululan alrededor para espolvorear información e intencionada confusión.

El asunto comienza con una información tan violenta que inevitablemente capta la atención del lector: Alicia Berenson, una pintora de éxito, le pega cinco tiros a su marido en la cara y a continuación no vuelve a hablar nunca más. ¿Por el shock del asesinato? ¿Por un shock previo? ¿Porque está como una regadera?

Quien nos cuenta la historia es un terapeuta que, obsesionado por el caso, se va a trabajar al hospital psiquiátrico donde está recluida Alicia para hacerla hablar y averiguar qué sucedió. Además, la continuidad del hospital está en el aire y lo que ocurra con un caso tan mediático puede condicionarla. El hombre, llamado Theo, también tiene sus cosillas debido a viejos traumas, y sus métodos son sui generis: puesto que la paciente no se comunica, emprende una peculiar investigación en su entorno, que también es rarico de narices. La cosa se complica cuando el feliz matrimonio de Theo se ve amenazado por un tercero.

Y así, a través de capítulos cortos, con un lenguaje correcto y nada más y con las ideas bien estructuradas y ofrecidas de modo claro, se da enmarañando todo a base de introducir personajes y suscitar dudas sobre los hechos y la cordura y los intereses de cada cual para que el lector no pierda ripio, y luego se comienza a desenmarañar la madeja hasta llegar al optimista final que anuncia la faja.

Aunque haya vendido mucho y sean legión los lectores a quienes les ha gustado, a mí me ha parecido una novela fallida por dos motivos: el primero, porque Michaelides juega burdamente con el lector al comienzo, al poner en boca del personaje narrador los motivos de su obsesión; y, en segundo lugar, por la creo que intencionada confusión de los tiempos de las dos historias: la del terapeuta y su paciente y la del matrimonio del protagonista, confusión relevante. Un buen escritor de thriller debe ser un prestidigitador, no un trilero, y como  Michaelides deja a la vista el truco está más cerca de lo segundo que de lo primero.

En resumen: fast food relativamente bueno para lectores poco exigentes (¿Quién no lo es de vez en cuando?), pero que podía haberse cocinado bastante mejor. 


lunes, 7 de abril de 2025

Un mapa para un crimen – Colin Harrison

 


Novela parecida a la otra de este autor que he leído y reseñado, Manhattan nocturne, e igualmente buena.

Nueva York es protagonista de nuevo. Una ciudad tratada como una especie de animal mitológico, un ser que a todos devora, porque todos llegan a sus calles deseando prosperar, por lo que quienes no fracasan y sucumben a la frustración viven, apiñados en las zonas lujosas, presos de la obsesión por mantener y aumentar su estatus o del miedo a perderlo. 

Nada nuevo. Son muchas las novelas neoyorquinas que cuentan algo parecido.

La diferencia, en el caso de Colin Harrison, es que la historia –en el fondo, una novela negra- se va construyendo ante los ojos del lector. Nada ha sucedido en la primera página. Y, en realidad, nada importante ocurre en las siguientes, pero poco a poco, detalle a detalle, se forma una bola de nieve que en cuanto el lector comienza a verla venir empieza, también, a preguntarse cómo diablos va a terminar el asunto. De este modo, viendo al mismo tiempo la creación del problema y su resolución, al lector se le ofrece un proceso completo que raras veces tiene ocasión de catar.

La historia está contada desde la perspectiva del protagonista, Paul Reeves, un abogado de inmigración lo bastante adinerado como para ser un privilegiado a los ojos de la mayoría y lo bastante poco adinerado como para ser un pringado a ojos de los privilegiados. Paul, que colecciona mapas antiguos de Nueva York, tiene una vecina joven y despampanante casada con un prometedor joven de origen iraní. El matrimonio nada en la abundancia. Un día la vecina, Jennifer, acompaña a Paul a la subasta de un mapa en Christie´s. Y allí, de pronto, se da el piro y…

Y seguid leyendo.

El pasado de los personajes salpica la novela a medida que va siendo necesario. La mezcla de acción y retrato es constante y está muy bien hilvanada. Es armónica, coherente, con un ritmo sostenido, y las situaciones provocan un interés intenso. La historia americana se mezcla con la iraní, las reflexiones sobre el devenir de la sociedad actual son pocas y breves pero agudas y certeras (de hecho, algunas predicciones casi pueden darse por cumplidas) y la prosa es correcta, sobria, sin ser exactamente elegante pero coqueteando con la elegancia.

Una buena novela negra, lo cual, en los tiempos que corren, es ya mucho decir.


jueves, 3 de abril de 2025

Franco – Julián Casanova

 


Tanto ha investigado, escrito y difundido sobre los momentos clave del siglo XX en Europa Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza, que es de agradecer (y de algún modo era de esperar) que 2025, cuando se cumplen 50 años de la muerte del dictador, lo haya comenzado publicando en Crítica esta biografía sui generis.

La califico así porque como el propio Casanova advierte en la nota final (aunque mejor hubiera sido avisarlo al principio) esta obra no pretende rivalizar con biografías canónicas, como la de Paul Preston, de modo que en lugar de bucear en todos y cada uno de los datos íntimos o no que alumbraron y condicionaron al personaje y sus actuaciones, Casanova se centra, más bien, en la interacción entre el personaje y la historia incluyendo, eso sí, suficiente información sobre la evolución familiar y profesional de quien, sin planificarlo, llegó a promover una guerra de exterminio y a hacerse con el poder absoluto durante casi cuatro décadas; en ellas vivió apoyado en tres patas (Iglesia, Falange y ejército), con la habilidad suficiente para equilibrarlas y para adaptarse a los profundos cambios en la situación internacional.

La barbarie inicial de la guerra y la posguerra, el larguísimo tiempo en el poder y el control absoluto de la comunicación y la sociedad permitieron al régimen construir «relatos» a su medida según la evolución de las circunstancias. Por ejemplo, el régimen dejó caer en el olvido las otrora jactanciosas expresiones de antisemitismo y admiración del fascismo y nazismo, para inventar, cuando la Segunda Guerra Mundial cambió de rumbo, una supuesta ideología propia de inspiración católica que la Iglesia no tuvo inconveniente en secundar, mientras tuvo al frente a la jerarquía eclesiástica salida de la Guerra Civil, a cambio de prebendas decimonónicas. Otro ejemplo: la legitimación por la victoria militar fue dejando paso a la legitimación por un desarrollismo que suponía un cambio radical en las condiciones de vida de los ciudadanos pero que, en realidad, nada hizo que no se hiciera con libertad y mejores frutos en el mundo democrático. Y como esos cambios de relato, muchos más. Así es como se pasó, al final, de la figura del caudillo victorioso, azote de los enemigos de la patria (esto es, todos los que no lo apoyaban), a la del líder paternalista y protector. A la milonga de la «dictablanda», aunque cuando el régimen comenzó a hacer aguas el paternalismo se llegara a ejercitar con pelotones de fusilamiento.

La labor del historiador, señala Casanova, no es juzgar, sino quitar los velos con que los personajes históricos adornan sus acciones para ofrecer los hechos. Por los años en el poder y porque incluyeron la aparición y desarrollo de los medios de comunicación, los mitos prefabricados por el franquismo fueron infinitos. La realidad fue bien distinta y discurrió por cauces lógicos, dadas las circunstancias, entre las que solo destaca la habilidad de un dictador que apenas sabía un palote sobre nada para utilizar en su beneficio la psicología del poder, en la que, en ella sí, fue un maestro. Volvemos a esos equilibrios entre tres patas que le permitieron sortear la pretensión golpista de restaurar la monarquía y perpetuarse en el poder. El modo en que utilizó la corrupción para garantizar la cohesión y lealtad es enormemente relevante y común a todos los regímenes dictatoriales.

Las obras que he leído de Casanova se caracterizan por su mezcla de rigor, claridad y brevedad. Franco sigue en esa línea. La de la difusión del saber científico, porque de poco sirve la investigación histórica si no sale del ámbito académico. Es una idea en la que insiste mucho en las redes sociales, y este libro es coherente con ella.

Una buena obra que merece la pena leer, aunque para conocer en profundidad al personaje, nada, hasta donde yo sé (que es bien poco, aviso) y he leído, como la biografía de Franco que escribió Paul Preston a comienzos de los noventa y que fue actualizada en 2015.