Si la
primera novela protagonizada por Benjamín Malaussène –La felicidad de los ogros- era una novela de humor vagamente disfrazada de novela negra, El hada
carabina es exactamente lo contrario: una novela negra con leves tintes de
humor debidos tanto a lo estrambótico de algunas situaciones «serias» como al
espíritu con que Malaussène se dirige al lector en los capítulos en los que se
expresa en primera persona.
Hecha
la salvedad anterior, El hada carabina es mucho mejor novela que La felicidad
de los ogros tanto por estar mejor expuesta y resultar más comprensible como
por lo trabajado de una trama complicada y resuelta de modo brillante.
Malaussène
sigue con su empleo de chivo expiatorio, aunque ahora en una editorial dirigida
por una dama demasiado histriónica para el escaso papel que juega en la novela.
Malaussène sigue al frente de una familia compuesta por hermanos más jóvenes,
aunque la madre ha retornado para dar a luz al siguiente, y es así como un bebé
llamado Verdún se incorpora a la familia. También sigue con una novia –Julia-,
dedicada al periodismo de investigación. La novedad es que la vivienda-conejera
de Belleville está a rebosar debido a la «adopción» de cierto número de
ancianos devenidos en drogadictos y que están allí para huir de la soledad y,
por tanto, de la droga.
Pero
las cosas se complican aún más. Un policía con antecedentes por maltratos es
asesinado por una ancianita en medio de la calle, una muchacha presencia desde
su ventana cómo unos sicarios lanzan un cuerpo al Sena, alguien se dedica a
rebanar el pescuezo a ancianas y además ciertas enfermeras se dedican a
proporcionar droga gratuita a ancianos. Son sucesos independientes, pero, por
unas cosas u otras, todo se enreda de forma que Malaussène parece ser el
responsable de todo.
La
novela se forma a partir de tres historias paralelas, relacionadas y que
confluyen al final. La del protagonista, que nos va informado de sus idas,
venidas y circunstancias; la de los policías al frente de las diferentes
investigaciones, entre los que figura un tal Pastor; y es él quien aporta la
tercera y singular historia de la novela: la suya; la un tipo con un pasado
doloroso que, pese a su apariencia de mosca muerta, tiene una misteriosa
capacidad de persuasión para hacer cantar a cuando delincuente cae en sus
manos.
El
revoltijo de informaciones, situaciones y personajes avanza al principio de un
modo que parece confuso –solo lo parece-, y el humor en ocasiones surge
haciendo consciente al lector de todo lo que Malaussène ignora, de modo que puede
observarle como a quien inconsciente y alegremente se encamina a pegarse un
bofetón épico. Al final, lógicamente, todo acaba convergiendo y resolviéndose
de un modo, como he dicho al principio, brillante, aunque no sin antes haber
dado las cosas varios giros inesperados que toman por sorpresa al lector y le
hacen leer el último tercio de la novela con mucho más interés del que suscita
el principio.
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