La sonrisa de Angélica (Serie Montalbano, 22)
Orlando
se cabreó con Angélica por cierto asuntillo de ésta con Medoro. Del sofocón,
Orlando se cargó árboles, ríos, pastores, ganado, casas... ¿Quién no ha tenido
un mal día? Hasta don Quijote lo imitó.
Son
pocos los que han leído Orlando furioso. El comisario Montalbano lo hizo en su
juventud, nos cuenta Camilleri, pero en forma de cómic, y en sus páginas Angélica
era tan sensual y atractiva (para eso era Angélica la Bella) que se adueñó de
las fantasías lúbricas del adolescente. Por aquel motivo, cuarenta años más
tarde Montalbano se queda pasmado y patitieso al conocer a la víctima de un
robo y encontrarla en todo igual a la Angélica del cómic.
Y cómo
sonríe la condenada. Igualita a Angélica.
Menuda
tentación.
Una
tentación, dicho sea de paso, bastante receptiva a los cada día más decrépitos
encantos del comisario, cuyo parecido con Orlando no va más allá de cierta
propensión al cabreo y de un afán justiciero que en el caso de Montabano más
tiene de quijotesco que de caballeroandantesto.
Angélica
ha sido víctima de un robo en su casa, he dicho. De un robo ejecutado mediante
una mecánica original y varias veces repetida en poco tiempo en torno a los
integrantes de cierta lista de amigos y conocidos de la primera de las
víctimas. Esto hace prever que las nuevas víctimas, de haberlas, van a ser
también de ese grupo, aunque no está tan claro que el delincuente pertenezca a él.
Tampoco está claro qué persigue.
El
asunto se enreda por varios motivos. El primero, ya mencionado, por la interferencia
de la tentación, que hace bajar a Montalbano la guardia. Y el segundo, que
parece relacionado (en la forma, que no en el fondo) con la novela anterior –La
búsqueda del tesoro-, porque nuevamente aparece un tipo que se cree tan listísimo
como para retar al comisario, por escrito y desde el anonimato, acerca de la
evolución de los robos. Por supuesto, que el delincuente delinca es una cosa,
pero que se chotee por anticipado de la autoridad, es otra.
Otra
buena novela de la saga, con todos los recursos tradicionales de Camilleri dosificados
con moderación, incluyendo, esta vez de modo preeminente, la presencia de una
mujer bella y que, pese a todos los pesares y achaques de la edad, el comisario
sigue resultando inexplicablemente atractivo a cuanta fémina se cruza en su
vida. Quizá sea este el aspecto más «caballeresco» de Montalbano, más que los
cabreos ordanlescos: que es el héroe de la novela y, como buen héroe buenazo,
al final todo el mundo se rinde a sus pies.
No hay comentarios:
Publicar un comentario