El caso del cadáver sonriente fue Premio Francisco García Pavón en 2007, lo cual digo de entrada para apuntar que la novela tiene méritos, se nota que el autor escribe con cierto oficio. Se lee fácil, sin más que cuatro o cinco momentos de desconcierto por algún salto al vacío. Sin embargo hago esta advertencia porque a la hora de hacer balance prima la desorientación que he sentido al leerla.
Desorientación por varios motivos.
Primero,
porque no he acertado a averiguar la pretensión de la novela. Los comienzos apuntan
a una historia de humor caricaturesco no solo por la aparición de cadáveres sonrientes
y con los pinrreles al aire, sino también por guiños clarísimos en esa
dirección, como la elección de los nombres de algunos personajes; por ejemplo,
Próspero Galimatías o el apellido Maremoto. También, por qué no, la técnica de
asesinato es claramente caricaturesca. Sin embargo, conforme la lectura avanza
hay larguísimos pasajes sin rastro de humor, y cuando el lector se da
cuenta cree haber ido a parar, desde no sabe dónde, a una novela «seria». Es
decir: el humor no está equilibrado, se da en los personajes y no siempre, y menos
en las circunstancias; y cuando el humor caricaturesco irrumpe tras mucho
tiempo sin noticia de él, parece fuera de lugar.
Segundo,
porque ya avanzado el libro se utiliza la técnica más o menos «cinematográfica»
y facilona de mostrar ciertas conversaciones «misteriosas», no se sabe entre
quiénes, que unas veces advierten de enigmas y peligros para los protagonistas
y otras, desvelando el quiénes, terminan avanzando el final, que cuando llega
no sorprende (e incluso la escenita, con el teléfono, está muy vista). Un recurso especialmente negativo en una novela donde el relato en primera persona es la norma.
Tercero, precisamente, porque domina la narración en primera persona pero de pronto aparecen
apartados en tercera. Me ha dado la sensación de que el uso exclusivo de la
primera abocaba al autor a problemas a
la hora de suministrar información al lector, y que ha optado por la
solución más sencilla aun a costa de crear algo a medio camino entre
la «confesión» del personaje y la narración impersonal.
Cuarto,
porque algunos pasajes relevantes están escritos de manera confusa, lo que produce
sensación de pérdida, junto a otros que no son en broma y como serios no cuajan,
como la anodina reacción de la hija de uno de los «cadáveres sonrientes» ante
la noticia de la muerte de su padre. También colabora en esa línea la
existencia de algún «cadáver sonriente» irrelevante. De hecho, este
modo de hacer llega hasta el título, que habla de cadáver en singular,
mostrando así que el segundo fiambre tiene más de ornamento que de alimento de
la trama.
¿El
argumento? Un par de cadáveres aparecen en un restaurante barcelonés. Ambos con
los pies desnudos y sonriendo de oreja a oreja. Uno de ellos parece ser el del
dueño de una ortopedia. Enseguida aparece husmeando un detective privado que,
vaya por Dios, antes fue policía pero salió escaldado tras una injusticia administrativa, el cual trata de investigar en
parte porque le apetece y en parte para tocar las narices a quien tiempo atrás
se las tocó a él. Aunque, calma, porque como dicen las malas sinopsis al final
«nada es como parece», aunque la sorpresa, en realidad, no llega a ser
demasiada porque aunque ayude al protagonista a llegar al desenlace, no
modifica la previsión que el lector ha hecho de él.
La
parte narrada en primera persona está escrita con el tono caricaturesco del
tipo duro que también tiene su corazoncito. En cierta medida me recordaba a Los muertos no tienen amigos, de Luis Gutierrez Maluenda, aunque en esta en tono
era más constante gracias a lo cual terminaba siendo más humorístico.
Por lo
demás, una novela que puede resultar del agrado de muchos por recurrir a tópicos y perfiles comunes en el género negro-burlón,
si puedo llamarlo así: desde el título, que comienza por el poco original «El
caso de...» hasta el protagonista, poli rebotado con cuitas pendientes con
algún antiguo jefe o compañero, un tipo, también, que hizo su buena obra con una
prostituta con la que se siente unido por sentimientos confusos que oscilan
entre la pena y la solidaridad, sin renunciar al egoísmo, pero luego el
roce hace el cariño y no me tengo que dejar llevar pero... Un tipo que, sin alterarse, alterna lo extraordinario de perseguir
asesinos y verse en peligro de muerte con lo más cotidiano, como cuidar a su
anciana madre. Incluso se recurre con insistencia a contrastes muy evidentes
que con el paso del tiempo han ido perdiendo gracia, como encontrar japoneses oriundos
de Cataluña y, por tanto, con acepto catalán.
Una
novela entretenida, por momentos divertida, bien escrita en lo que a lenguaje
se refiere, pero que se queda a medio camino en demasiadas cosas. Aceptable para pasar un rato agradable de
lectura, sobre todo si sabiendo lo que os acabo de contar os dejáis llevar sin
ofrecer resistencia por ese ir y venir entre lo serio y el humor.
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