De todas las
novelas que he leído de Gonzalo Torrente Ballester, esta es la que menos
destaca, la más “normal”, a pesar de lo cual tiene un interés notable, pero más
por lo que apunta para la reflexión que por lo que cuenta.
Pepe Ansúrez
es un empleadete de banca en una pequeña ciudad. Pasa por poeta, por el
mejor poeta de la ciudad, lo cual no quiere decir que lo sea bueno. Y Ansúrez anuncia,
en un acto anual para conmemorar no recuerdo qué, que va a escribir su
primera novela.
El aviso pone
de los nervios al compañero de trabajo y pretendido escritor en prosa con quien se lleva
a matar, y con el que cruza invectivas diarias a través de papelitos. Hasta ese
momento, sin embargo, la guerra había sido más de egos que de letras, pues las
especializaciones respectivas habían impedido la rivalidad directa, la
comparación. El “compañero” no confía en las dotes narrativas de Ansúrez, pero
en el fondo teme su éxito. Torrente Ballester plantea así el tema
de hasta qué punto las personas fundamentan su propia autoestima no en
sí mismas, sino en cuanto los demás creen de ellas, y cómo, para sobresalir,
hay quienes son incapaces de reafirmar su propio yo si no es a costa de
rebajar al vecino (sea a través de la maledicendia o del enfrentamiento
abierto). En esta obra la cuestión adopta la forma de
rivalidad entre escritores, cuestión que por cada vez que produce un
episodio digno de recordar en la historia de la literatura, produce millones que
engrosan lo más anónimo de la historia del ridículo.
El resto de
la población de la innominada ciudad, da por hecho que una novela escrita allí
no puede tratar sino de lo que allí acontece, y eso levanta temores,
suspicacias y aspiraciones. Unos temen que Ansúrez airee secretos, y llegan a
la conclusión de que se dedica al cotilleo al por mayor; otros temen verse
menospreciados, aunque algunos de ellos también se ofenderían si no fueran tratados de ninguna
manera, porque casi todos se sienten con derecho a figurar en la novela, a ser
inmortalizados en sus páginas, están convencidos de merecerlo.
Queda planteado así el tema de la vanidad
y de sus efectos, que van desde la adulación
hasta el enfrentamiento.
Pero de todos
los interesados en la novela, el más activo es el director del banco. El hombre
actúa como dueño de sus empleados, y estos lo tratan como tal, con la
deferencia y el peloteo correspondiente, que linda el vasallaje. La primera
medida del director es comprometer al banco en la publicación, arrogándose
de paso la capacidad de interferir en su argumento. He aquí el asunto de la
relación entre el escritor y quienes le dan de comer: ¿hasta qué punto el escritor es libre? ¿Y a quién se debe? ¿A su
editor, al público, a sí mismo?
La influencia
que pretende ejercer el director plantea otra cuestión vinculada a una
forma particular de la vanidad. El
director quiere que la novela incluya una ficción: que entre él y la bella novia
de Ansúrez (también empleada del banco) existe un romance. El problema es que
el flirteo es real. Y esto, a la vez que sitúa a Ansúrez en una posición delicada,
hace reflexionar sobre todas esas personas que necesitan ofrecer una excelente imagen de
sí mismas; personas, incluso, para las que una buena realidad sirve de poco si
no llega a oídos ajenos.
La novia, por
su parte, está muy enamorada de Ansúrez, pero su comportamiento, como ha
quedado dicho, es equívoco. ¿Por qué? Para conseguir sus propósitos... o los de
su prometido. No está claro qué sabe Ansúrez y qué no, y a la confusión ayuda
lo peculiar de la pareja: si el resto de personajes tienen un corte
tradicional, conservador y chapado a la antigua, con Ansúrez y su novia eso no
ocurre siempre.
La novela invita
también a reflexionar sobre los motivos y dilemas del escritor. Partiendo
de la base de que quien escribe siempre se basa en su experiencia directa o
indirecta, ¿qué puede hacer, por ejemplo, con los “enemigos”, con las personas
que le caen mal o que, simplemente, considera indignas? ¿Someterlas al castigo
de la crítica a costa de inmortalizarlas en el papel? ¿O castigarlas al olvido
a costa de la novela? Lo más curioso, en el planteamiento que hace Torrente Ballester, es que todas estas cuestiones no parten de Ansúrez, el autor, sino de los eventuales afectados.
Y esta idea me lleva a una última: la burla que Torrente Ballester hace de todos aquellos mindundis, que son legión, lo bastante creídos, lo bastante vanidosos, lo bastante soberbios y mentecatos como para creer que les basta el contacto más o menos casual con un escritor para convertirse en personajes literarios, como si el escritor, al conocerlos, hubiera de quedar inevitablemente impresionado. Es decir, plantea Torrente Ballester que la relación del escritor con su entorno no es inocente.
Todas las ideas anteriores hacen de "La novela de Pepe Ansúrez" una obra breve en la que todos los aficionados a la escritura encontrarán material abundante para reflexionar sobre por qué escriben lo que escriben.
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