He aquí un libro que va
mejorando conforme pasan las páginas, pero sin pasarse. Al principio el tipo de
humor resulta demasiado simplón y repetitivo: los protagonistas son demasiado
tópicos y las gracietas poco ingeniosas y reiterativas. Luego, como digo, la
cosa mejora. Mejora cuando se avanza en los hechos. La primera aparición de la
reina Eusebia, por ejemplo, es realmente divertida.
Tras Lo mejor que le puede pasar a un cruasán, En el nombre del cerdo no fue lo que muchos deseábamos (más cruasán),
sino una novela seria que conforme
pasa el tiempo me va pareciendo mejor, que muestra la variedad de registros de un
autor que, por desgracia, ha podido quedar encasillado por el éxito de su
primera novela. Por tal éxito quizá se esperaba más "cruasán" con la
segunda, y por eso quizá En el nombre
del cerdo, siendo tan distinto, no tuvo la misma repercusión. Por eso también
queda la duda de si este libro es lo que le apetecía escribir al autor o lo que
le convenía a la editorial. Mal resultado, en cualquier caso, porque como humor
está muy por debajo de Lo mejor que le
puede pasar a un cruasán. Da la sensación de que el autor ha pensado que
para ganarse la vida escribiendo precisa hacer lo que se le demanda: humor. El
problema es que no se ha matado. Parece un libro "de trámite", en el
que, por si acaso suela la flauta del éxito, deja abierta la puerta a una saga.
El humor del “cruasán” es
mucho más inteligente. En este libro, en cambio, la trama tiene su punto de
originalidad por lo disparatada, pero carece de toda complejidad. Los
disparates son divertidos por lo exagerados más que por lo sibilinos. El humor
es demasiado facilón, hasta el punto de apoyarse a menudo en todos y cada uno
de los tópicos habidos y por haber. Por último, el apego a la realidad más
inmediata (caricaturización de periodistas y políticos famosos) hará que pasado
poco tiempo la historia resulte menos comprensible, muchas de las alusiones
perderán actualidad y, por tanto, gracia.
En resumen: entretenido y
nada más. Alguna pulla gorda (menos mal) y diez mil chorradillas inofensivas
que al menos a veces hacen sonreír. Lo peor, la parte del principio: un
evidente "remake" de Torrente hasta en el dibujo de la portada, lo cual
produce una frustrante sensación de falta de imaginación. Nadie puede negarle,
eso sí, la inspiración para determinados disparates concretos. Y eso,
precisamente, es una de las pocas cosas que salvan el libro.
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